martes, 20 de noviembre de 2018

Noviembre...

Noviembre es uno de los meses que menos me gusta del año. Nos bombardean con la Navidad ya de forma intensiva, una vez pasada la fiebre del Halloween, y ya sabéis los que me leéis, que yo soy bastante Grinch. Además, ayer hizo 4 años que E. dejó de envejecer, y, pese a que ya sonrío al recordar cosas de cuando éramos niñas y compartíamos nuestro día a día, no deja de entristecerme el hecho de pensar todo lo que no está pudiendo vivir, y yo sí. 

Ya que soy la mujer invisible, y más desde hace unos días, mis amigas tienen familia, marido o viven en pareja, la verdad es que tengo mucho tiempo para mi los fines de semana. Hago cursos online, me hago alguna maratón de Netflix, y cosas así. Vamos, que me he quedado descolgada del resto. En realidad, digan lo que digan, y que quien no lo vive se piensa que mi situación es la panacea, nada más lejos de la realidad. Es bastante difícil tener 30 y pocos y ser soltera. Más luego todo el lastre que llevo en la mochila, que con paciencia y ayuda empiezo a soltar. Pero creo que no es fácil calzarse mis zapatos. 

La verdad es que hoy no tengo nada buen día. Estoy en "esos días", y tengo las hormonas revolucionadas, lo que me ha hecho llorar sin motivo ya a primera hora de la mañana de forma inconsolable. 

A principios de año, dije que este 2018 iba a tener los brazos bien abiertos, tanto para recibir lo que tenga que llegar, como para dejar ir lo que deba marcharse... Pero, cómo cuesta desprenderse de aquello a lo que tienes cierto apego. 

Me repito como un mantra eterno en mi cabeza que todo es para bien. Y que el karma tanto premia, como castiga (sobre todo esto último, y rápido, y no hablo por mi). Lo del premio va algo más lento... Pero, eso, todo es para bien. 

Por cierto, remitiéndome al post anterior, mi preciosa N., ya confirmado, va a tener un hermanito varón, M. Deberíamos haber hecho una porra... 

I.


domingo, 21 de octubre de 2018

Cosas de fin de semana...

He estado un poco desaparecida últimamente. Me tenéis que perdonar. Este espacio requiere tiempo, pero sobre todo ánimo; y de eso, ando algo escasa últimamente. Aunque no de novedades, ninguna de ellas me afecta directamente, por lo que mi existencia estática se mantiene inmutable.

Hace dos viernes, mi hermano firmó su primer contrato como graduado en Ingeniería Civil, y como Ingeniero de Caminos en prácticas. Quiso invitarme a cenar para celebrarlo en el japonés de en frente de casa (creo que en breve nos hacen socios del negocio). Yo, ese día había tenido una tarde de médicos estresante, y la verdad es que me vino muy bien su propuesta e invitación. De pronto, sentada frente a él, nos recordé 14 años atrás, cenando en un restaurante que ya no existe, y en el que servían unas pizzas como ruedas de camión, uno frente al otro, celebrando mi primer contrato "de lo mío". Yo, con 19 años, él con 12. Y ahora, misma situación, aunque distinto escenario. Ya lleva una semana trabajando, ha firmado su primer proyecto este viernes, y su satisfacción es mi alegría.

El viernes pasado, vía whatsapp, me enteré que vamos a ser tías de nuevo. Nuestra preciosa N. va a tener un hermanit@. Yo tengo la corazonada de que va a ser un niño, como la tuve en su día con su hermanita de que iba a ser niña, pero veremos con qué nos sorprende el destino.

Y este viernes último, no ha sucedido nada, salvo la circunstancia de tener un día de esos en los que te sientes tremendamente triste. Tristeza que me duró hasta ayer, y que me hizo coger el coche y hacerme unos cuantos kilómetros para ir a una casa en la que siempre he hallado un hogar cuando lo he necesitado, lo cual, por mis circunstancias personales, es algo que se agradece.

Pero, a pesar de ello, el karma no premia, las buenas acciones no sirven para nada, y mi tristeza sigue bien apoltronada en mi interior en el día de hoy. He adecentado el piso, y me he tumbado con mi amigo Netflix a dejar pasar la mañana, aunque no consigue evadirme del todo, por lo que creo que voy a pasarme la tarde leyendo. Lo peor de todo es el verme obligada a disimular mi estado de ánimo real, para no preocupar, para no tener que verbalizar. Tragar, tragar... Es algo en lo que debo trabajar para cambiar, y con urgencia. 

¡Maldito karma! Me la tiene jurada...

I. 




domingo, 16 de septiembre de 2018

Con las ganas...

Un día, si vais hacia atrás en el blog, os contaba que mi lugar favorito para llorar es el coche, de vuelta del trabajo. Como desahogo me sienta fenomenal.

Otra cosa es cuando me siento profundamente triste. Entonces leo. Leo hasta la extenuación, me meto en la vida de los personajes, en sus pasiones, sus sinsabores, sus filias, sus fobias, sus vivencias, y me evado totalmente de mi vida, y, sobre todo, y más importante, de mi impotencia porque las cosas no son distintas, y de mi tristeza.

Supongo que, como a muchísima gente en el mundo, y alguna de las personas que me leen, estoy, en gran medida, insatisfecha con mi vida. Tanto en lo personal como en lo profesional. Por nada en concreto, y por todo a la vez. Enjaulada en una rutina devastadora, viendo como a mi entorno le suceden cosas buenas, mientras yo me mantengo estática y observando. (Cada vez se empieza a notar más que uso este espacio en la red como autoterapia).

Aunque, pensándolo bien, por lo menos no me pasan cosas que hacen que se tambaleen mis cimientos (justo un año ya), como en tiempos pasados, que en el fondo, tampoco está tan mal.

Veo la felicidad, o al menos, la satisfacción, en la mayor parte de mi entorno, en sus pequeñas cosas y sus pequeños triunfos. Y me alegro por ellos, pero, como os decía el líneas anteriores, de forma objetiva, como mera observadora.

Bueno, os dejo, que tengo a mi compañero de cama, el señor Kindle® (y a Rigodón) esperándome con las páginas de Saber Perder, de David Trueba, abiertas. Mientras, sigo, otra semana más, con las ganas de que me toque a mi. No lo de saber perder, claro, en eso soy una eminencia. Lo que tengo ganas que me toque es un giro argumental en la novela de mi vida, pero de los que te arrancan una sonrisa cuando los lees. 

Con las ganas... Pronto... Quiza no valga la pena esforzarme, sólo seguir adelante, y lo que tenga que llegar (bueno, por favor), bienvenido sea. 

I.


lunes, 3 de septiembre de 2018

Septiembre...

Hoy, en la práctica, empieza septiembre, con su primer lunes. Ha empezado el curso, y psicológicamente se ha terminado el verano. Y cuesta abajo hacia la Navidad (y mi correspondiente modo grinch). 

Personalmente, he tenido un inicio de curso bastante intenso que, mentalmente, me ha dejado agotada, aunque no descontenta. 

He vuelto a ver a un compañero, de forma inesperada, que despidieron hace unos meses, y con el que he tenido un ratito de agradable conversación en un sofá del vestíbulo, poniéndonos al día, como hacen dos viejos compañeros, dos viejos conocidos, que se aprecian. 

Por otro lado, los cambios anunciados antes del verano en el ámbito laboral, empiezan a asomarse, aunque todavía no sé en qué modo me va a afectar. Espero que, pase lo que pase, todo sea para bien. 

En otro orden de cosas, hoy he sabido que dos personas a las que aprecio sinceramente, dos amigos, se han enamorado. Ella tras una separación reciente de una relación de un montón de años, matrimonio incluído (hoy me comentaba que era su aniversario de boda), y ambos, tras unos años de bonita amistad, han decidido dar un paso más, y pasar de quererse a amarse. Y yo, la verdad, no puedo estar más contenta por ellos. 

Veo a la gente que quiero a mi alrededor encontrar su sitio y su felicidad. Y me alegro. A ver si encuentro el dispensador de números para pedir turno y me toca de una vez. 

¡Bienvenidos al curso 2018-2019! Seguro que trae grandes cosas. 

I. 



miércoles, 29 de agosto de 2018

Al respirar...

Se acabó lo que se daba. Tercer día de trabajo. Tres días viniendo a la oficina (menos mal que solo en horario de mañana), que se me están haciendo como tres vidas. Y mi hermano en Lisboa, y Rigodón buscándolo por casa... En fin, la rutina... Y la semana que viene, ya a jornada completa. Mátame, camión. 

Veo pasar las horas desde mi escritorio. Lentas, pegajosas. Aburrimiento visceral. La mitad de la plantilla aún de vacaciones, y la ausencia de tareas hace estas seis horas tediosas y eternas. 

Por lo demás, sacudiéndonos los restos de las vacaciones, sobre todo los kilos de más que hemos cogido, por lo que además del hastío de la vuelta a la rutina, le sumamos la dieta salvaje. Es que no me da la vida. 

Menos mal que ayer tuve cena con las chicas, y, salvo un pequeño incidente con un gusano en la lechuga, fue como un soplo de aire fresco, ya que, en dos días de rutina, ya sentía que me faltaba (mucho) el aire. Eso sí, a ese restaurante, de cuyo nombre no quiero acordarme, no volveremos jamás. Si queremos comer bichos, lo haremos de forma voluntaria, no a traición. Nos cambiaron y no nos cobraron el plato (nada más faltaría), y nos pusieron unos chupitos-pelotazo con más graduación de la debida para un martes. Pero oye, que nos quiten lo bailao. El primer Comité de Sabias del curso 2018-2019. Como todas, menos una, hemos ido juntas a clase, contamos el tiempo como si todavía fuéramos al colegio. 

Que os sea leve la vuelta, amigos. Nosotros podemos con eso y más (eso es lo que me repito a mi misma, con escaso convencimiento, cada día cuando me suena el despertador). 

I. 




domingo, 19 de agosto de 2018

El (casi) final del verano...

Estoy out,  en casa de mi madre, disfrutando del Dolce Far Niente. Sin apenas cobertura en casa, con un Wi-Fi precario (lo justo para que Netflix no se pare). Desconectada, sin apenas ocupaciones. Lo que viene siendo veranear en una aldea gallega con el extra del Netflix.

He recorrido esta semana con los míos algunos lugares de esta hermosa tierra que cura, que fortalece. Dentro de 48 horas estaré en mi piso, y este verano, aunque aún me queden unos pocos días libres, habrá quedado finiquitado. Pasaremos de ser cinco (contando a J., o siete, si contamos a Sheldon y Rigodón) a dos (tres, si contamos con Rigodón). Dejo de vivir sola, como en en este último año, tan extraño (y a veces tan duro), de conocerme y fortalecerme, que me ha regalado mi hermano con su Erasmus. El nuevo curso me impacienta y me inquieta a partes iguales. En el fondo, un poco para todos, los años van de septiembre a septiembre, como cuando íbamos al colegio.

También, he compartido, a parte de con los míos, estos días con J., la persona que ha elegido mi hermano como compañera de viaje. Una lisboeta menuda y sonriente, tímida al principio, tremendamente risueña y bromista al rascar un poco, y que ha tenido siempre una sonrisa y un gesto cariñoso y familiar con todos nosotros... Hasta el punto de que mi abuelo está absolutamente prendado de ella. Y eso, por lo menos a mi, me enternece de una forma indescriptible.

Hoy hemos ido a llevarla al tren que la devolvía con los suyos, y, honestamente, cuando me he despedido de ella, yo, que no soy muy dada a las manifestaciones de afecto, la he abrazado con una punzada de pena por la separación. Por mi hermano, obviamente, y por nosotros, que hemos tenido una más en la familia durante estos días de verano. Ha sido tremendamente enriquecedor compartir estos días con ella, una persona de un país tan cercano, y cuya cultura e historia van en parte de la mano de la nuestra, y los huecos que desconocemos los llenamos de tópicos, de los que yo me había deshecho ya en gran medida durante las visitas a Guimarães este año y por la estancia allí de mi hermano, y de los que he acabado de deshacerme en estos días en compañía de J., haciéndole todas las preguntas que se me han ocurrido, y que ella ha contestado con una sonrisa enorme, e infinita paciencia; y con nuestras conversaciones, pese al evidente muro del idioma que se levanta entre nosotras y que, más o menos, hemos sabido trepar.

Ha sido un verano tranquilo, de tiempo inmejorable, y de compartir. Y una bonita experiencia, sin duda.

Ahora quedan 36 horas, y los abrazos apretados. Y las promesas, siempre, de volver a estar juntos muy pronto.

I.



miércoles, 1 de agosto de 2018

Yo marco el minuto...


Me quedan exactamente 49 horas y 20 minutos para coger vacaciones. Y supongo que dos horas más para subirme en el coche rumbo a destino. Las necesito. Mucho. 

El desengaño, la ansiedad, la impotencia, el sentirse sola, son sentimientos muy fértiles, pero también muy enfermos. Necesito llenar de verde mis pupilas, meter los pies en los ríos, sentir la hierba en mis plantas desnudas. Dormir del tirón, fresquita. Abrazar a la que me regaló la vida, que me haga entender que no la estoy malgastando (aunque me dé la sensación que estos últimos meses he perdido un tiempo precioso luchando por cosas que han resultado ser humo. Por lo menos, de momento). 

Y marcar el minuto, a mi ritmo, leer, relajarme, hacer lo que me apetezca, intentar entender desde la lejanía la complejidad del ser humano, que hace que, aunque las personas lo deseen y lo quieran, las cosas no puedan ser.  

Superar cosas, ha sido un curso duro. Volver renovada, fuerte. Ayudarme a mi misma antes que a los demás. 

Estamos en la cuenta atrás. Todo llega, todo pasa. 

Feliz verano, feliz vida. 

I. 



jueves, 19 de julio de 2018

Mensajes de despedida...

Nunca he ocultado que mi lugar favorito para llorar es el coche cuando voy sola; sobre todo, cuando estoy en el atasco de vuelta del trabajo. A la ida no, tengo demasiado sueño para hilar pensamientos, y mucho menos, para sentirlos.

Ayer lloré, mucho, en el coche. Y al llegar a casa, seguí llorando. Lloré hasta la extenuación, no como acto de debilidad, a mi modo de ver, sino de fuerza. Porque sentir es estar vivo, y ya en sí, para vivir y seguir adelante hace falta coraje y fuerza.

Y es que ayer fui a despedirme para siempre de una persona con la que estuve hace 6 días nada más, a la que llevaba viendo en el trabajo cada día durante los últimos 8 años.

Ayer fui a despedirme de un hombre bueno, cariñoso, familiar, íntegro, y que dejaba a su paso un rastro de alegría que duraba un rato cuando se iba. Una persona de esas a la que todo el mundo que le conocía apreciaba sinceramente, porque se hacía querer, y mucho. R. no era un simple mensajero. Era muchísimo más que eso, un compañero, un amigo, una persona que, cuando tenías mala cara, venía directo a ti, con paso firme, a hacer alguna payasada para intentar sacarte una sonrisa. Y era de esas personas que tenían el don de conseguirlo siempre.

R., mi contrabandista favorito, que hacía de enlace cuando tenía que hacer llegar algo a mis ex-compañeras de trabajo, o viceversa. Que me traía los décimos de lotería de Navidad de mi antigua empresa, haciéndome jurar siempre que, si tocaba, íbamos a medias. Y que siempre andaba por los pasillos piropeándonos con su sonrisa perenne. 

Si el pasado viernes al mediodía hubiera sabido que nunca más volvería a verte, colega, de verdad que te habría dicho lo excepcional que eras y te habría dado un abrazo grandote, de esos que te juntan las partes rotas.

Tengo el consuelo de que, la última vez que te vi, a pesar de que tu cuenta atrás estaba en marcha, te vi como siempre, alegre, vital y sonriente. Con ilusión, con alegría de vivir, y con tu camisa Desigual chulísima, que sé que te encantaba.

Desde aquí mi homenaje y mi recuerdo, amigo, que, mientras tecleo estas líneas, están introduciéndote en tu última morada. Cada día echo, y echaré de menos tu golpecito con el folio hecho un tubo para despedirte, mi "Adiós, R.", y tu "Adiós guapetona".

Hasta siempre, amigo. Buen viaje.

I.






martes, 5 de junio de 2018

Desde el espejo....


Hacia arriba (en tacones, o lo que se tercie que nos haga elevarnos. Tenemos suelo. Los pies ahí, bien puestos; techo, límites, jamás, o eso dice mi madre); hacia adelante, pero siempre teniendo presente lo que queda atrás. De ahí venimos, y en nuestros pasos lo llevamos marcado y aprendido para siempre. Para bien, o para mal. 

Al fin y al cabo, no hace tanto tiempo, ni tantos pasos de aquella feliz época en la que, debajo de estos rizos, existía el convencimiento de que el ser más malvado (y más fascinante) del mundo, era el que me acompañará, desde hace unos pocos pasos, para siempre, en la parte de atrás, formando parte de mi hasta el desenlace. 

Al final, con el tiempo se ha visto, ni los malos son tan malos (incluso, algunos, en el fondo, tienen buen corazón. ¿Habéis visto "Maléfica"?), ni los buenos tan buenos. Todo es tan relativo... A veces, simplemente basta con (atreverse a) mirarse atentamente al espejo, no con sólo verse. 

I.



[Tattoo Artist: Thayron Tattoo. Agradezco enormenente tu talento a la hora de plasmar mis caóticos deseos y desordenadas ideas en un diseño, superando mis expectativas con creces] 









martes, 29 de mayo de 2018

Se me olvidó otra vez...

Música de mi infancia, con mi madre en casa, en el coche, contándonos que airosa caminaba la flor de la canela, o que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto, y que en la casa había una ventana, y en la ventana una niña que las rosas envidiaban. Con Rosana nos contó que la noche era más fiel que oscura, y con Serrat cantó versos de Miguel Hernández. Entre tantas miles de cosas que caben en setenta años de carrera.

Un vibrato inconfundible, y una elegancia y una presencia imponentes. Acompañándonos en tantísimas ocasiones a mi madre y a mí cuando era pequeña que creo que me sé un buen número de sus canciones sin pensarlo mucho.

Esa paloma no es otra cosa más que su alma. 

¡Hasta siempre, gran dama! Aquí nadie se olvida.

I.






jueves, 17 de mayo de 2018

17 de Maio, Día das Letras Galegas...

Encantaríame ser capaz de publicar neste blog unha entrada completa en galego, a miña lingua materna sen fallos gramaticales nin erros ortográficos. Pido desculpas por adiantado aos posibles lectores que coñecen ben esta lingua por habela estudado en profundidade, xa que eu a aprendín na casa, coa miña familia e non me atrevo a ir moito máis lonxe que de estas liñas.

Felicitar a todos os galegos en todo o mundo neste día tan importante. Felicitarvos a todos con este poema de Manuel María titulado "A fala".

"O idioma é a chave
coa que abrimos o mundo: 
o salouco máis feble, 
o pesar máis profundo. 

O idioma é a vida, 
o cointelo da dor, 
o murmurio do vento, 
a palabra de amor. 

O idioma é o tempo, 
é a voz dos avós
e ese breve ronsel
que deixaremos nós. 

O idioma é un herdo, 
patrimonio do pobo, 
máxicamente vello, 
eternamente novo. 

O idioma é a patria, 
a esencia máis nosa, 
a creación común
meirande e poderosa. 

O idioma é a forza
que nos xungue e sostén.
¡Se perdemos a fala
non seremos ninguén!

O idioma é o amor, 
o latexo, a verdade, 
a fonte da que agroma
a máis forte irmandade.

Renunciar ao idioma
é ser mudo e morrer. 
¡Precisamos a lingua
se queremos vencer!" 

I. 






martes, 15 de mayo de 2018

La comida de mamá...

Hoy tengo mono de mi madre. Pues como siempre, diréis... Pero hoy, sobre todo, tengo mono de la comida de mi madre. 

Me encantaría llegar a mi casa hoy y tener un surtido de tupers de mamá, como muchos de vosotros, malditos, que leéis a la abajo firmante, tenéis en vuestra nevera o congelador. Albóndigas, croquetas, buñuelos de bacalao, pollo relleno, tortilla de patatas, salmón marinado, los canelones... Hasta echo de menos las judías, mirad lo que os digo.

Y ya no quiero ni pensar en los dulces. Sobre todo en ese brioche que hace como nadie, o en el bizcocho de naranja (mi bizcocho favorito por siempre jamás), en las rosquillas, la crema pastelera... En el flan no. El claro favorito es el de mi tía y su bomba de veinticuatro yemas, pero hoy tengo ganas de comida de mamá...

Tengo el mal de la nostalgia gastronómica, y eso, amigos, mezclado con el síndrome premenstrual, es lo peor del mundo. 

No veo el momento de llegar a mi casa para lloriquear a mis anchas, mientras me hago el tuper de mañana, con Rigodón mirándome sin entender nada subido en el mármol de la cocina, y dándome en el brazo con la patita. El pobre, me quejo de él, y tenemos nuestras diferencias, pero tiene una paciencia y unas reservas de mimos con los que obsequiarme monumentales, aunque lleve los antebrazos llenos de marcas. 

Parte positiva (que todo la tiene): Hemos estado juntas el Día de la Madre, y eso ha sido lo más. Bueno, eso, y las cincuenta croquetas que frió y engullimos el primer domingo de mayo como si se acabase el mundo... Si es que no tenemos medida...

...Y los pantalones, que, sin explicación alguna, siguen haciéndose grandes, cuando lo que deberían es menguar... 

I. 




lunes, 14 de mayo de 2018

A la cabeza de Europa....

El sábado no vi Eurovisión. Lo confieso, así, sin complejos, y a gritos. Como vivo aislada en mi burbuja, y dedico mi tiempo libre a la lectura, a los paseos, a las cañitas, y demás actividades ajenas a la televisión pública. También debo confesar que no he escuchado la canción que nos ha representado este año, por tanto, no puedo opinar al respecto. 

Lo que sí ha llegado a mi conocimiento, es la posición un tanto bochornosa en la que han quedado los pobres chicos a los que han enviado al festival por elección popular (anda que tenemos un ojo...). Y las consabidas críticas radiofónicas, esta mañana, de camino al trabajo, tanto a la actuación, como a las declaraciones post-resultado de los chavales en cuestión. Esto cada año es lo mismo, claros favoritos, a la cabeza de Europa, y luego, batacazo monumental. Hasta un señor con tupé postizo y guitarrita rosa de plástico quedó en mejor posición (todos recordamos al gran Rodolfo Chikilicuatre, y creo que ese año, todos vimos el festival. En mi caso, creo que es el último que vi). 

Una vez comentada la actualidad, comenzamos otra semana, lenta, pegajosa. Sin poder hacer el cambio de armario porque el clima se está volviendo loco, y visto a capas, como puedo, un poco estilo payaso, la verdad, porque como terminará el día es toda una sorpresa. Y los fines de semana mal tiempo. Ideal para hacer planes y la colada. (¿En serio estamos hablando del tiempo? - diría aquí mi hermano). Al menos este fin de semana pinta bien, ya que tenemos un lunes festivo a la vista, y entradas para un concierto el sábado mi amiga C. y yo. Hasta he tenido una oferta para ir a pasarlo a Marruecos... Lástima que tengo las entradas desde hace meses... 

Esta semana ha sido la de las ofertas de acompañamiento a viajes. Me han ofrecido Fez y Copenhagen. Lástima que a ambas haya tenido que decir que no, por incompatibilidad de agenda, no por falta de ganas. Pero sí, el cuerpo me pide coger un avión a un destino nuevo, caminar todo el día sin parar, y acostarme feliz, relajadísima y agotada, como siempre que viajo. Ya ni nos acordamos de nuestra aventura en Porto. 

Desde aquí hago un llamamiento a los cuatro gatos que pierden su valioso tiempo leyendo a la abajo firmante (Primo V. sobre todo va por tí, y por tí, A., i per vosaltres, A. i G.). Si alguno encuentra un viajecillo de finde, así bien de precio, que me avise sin más demora, que me apunto, siempre que no sea este fin de semana, claro, ni la primera quincena de junio. 

Paso de conocer a los Eurovisivos. Prefiero conocer Europa, que tiene más chicha. 

I.


(Por favor, que vayan los Mojinos de una vez a Eurovisión, lo iban a flipar. Spain, twelve points!!!!)






miércoles, 9 de mayo de 2018

Asuntos propios...

Esta mañana, el segundo mensaje que he recibido en Whatsapp (el primero el de mi madre, como siempre), ha sido de mi primo V. Y me ha hecho llegar esta imagen que me gustaría compartir con todos vosotros, que estáis al otro lado, leyendo fielmente las chaladuras de la abajo firmante. 


Cabe decir, aunque ya lo habréis deducido, que mi estado de ánimo estos días es un poco peligroso. Así lo pudo comprobar mi amiga V. ayer (hoy va de V's la cosa), a la que mando un saludo desde aquí, y mi eterna gratitud, porque sé que sabe que existe este rincón y se pasa de vez en cuando a leerme, aunque ella es más partidaria a leer a gente que no me cae bien (¡zas! en toda la boca). 

V. te agradezco mucho el mensaje, pero ambos sabemos que es una quimera que el estado de ánimo de una persona no se altere por factores externos. Nos comprometemos a esforzarnos para trabajar en ello (además, lo digo con la autoridad que me da mi título de Mindfulness recién estrenado en mano), y no dudo que será un tema que trataremos en nuestra terapia de chalados el sábado, mientras tomamos café, cañas, y te pinchas / nos pinchamos (la segunda opción, todavía por confimar. Aclarar, estimados lectores, que mi primo V. es un tío deportista y sanote y que no toma drogas de ningún tipo, y la abajo firmante se fuma un cigarrillo - de los que no son de la risa - de vez en cuando). 

Os dejo la imagen para que, como yo, os haga cosquillas en la conciencia y os haga pensar y tener ganas de replantearos las cosas. 

Quizá vuelva dentro de un rato para seguir dándoos la brasa, o quizá no. Conmigo nunca se sabe...

I. 


lunes, 7 de mayo de 2018

Silencio...

Hay dos lugares en el mundo que odio especialmente, sobre todo en estos últimos nueve meses. El primero, es la sala de espera del Aeropuerto de Vigo; y el segundo, la zona de Llegadas de la Terminal B del Aeropuerto de Barcelona. Ambos me hacen sentir el vacío y la soledad como una bofetada de esas que ves venir, pero te llevas igual. 

Luego llego a casa, y aunque me reciban Rigodón y la oscuridad del piso, y me sienta a salvo, la bofetada ya me la he llevado puesta. Así, "plas - plas". Encima no dejan marca visible en la mejilla, pero sientes el escozor por todo el cuerpo. 

Ayer estuve en esos dos detestables lugares en un margen de pocas horas. Y hoy, con más pena que gloria, empezando la semana, y una nueva cuenta atrás. Eso es 2018, os decía el otro día, el año de las esperas (algunas frustrantemente infructuosas, por ingenua).

Hoy, como me lo merezco, por el cansancio y la pena, no pienso hacer nada, salvo la comida para mañana. Pienso meterme en la cama con mi recién estrenado libro electrónico (el anterior murió hace un mes, después de ocho años de leal servicio y muchísimo uso - una tragedia) y Rigodón, a leer una novela de esas pedorras que tan bien nos van cuando decidimos dejar la mente en blanco, y no entrar en bucles sin sentido. Es día de gym, pero me apetece más mi trío con libro y felino. Soy así de fetichista. 

Hablando en serio. Necesito, hoy, aterrizar. Disfrutar de mi guarida, de mi silencio, de mi soledad y de mi misma. De la tranquilidad. 

Presiento, y no hay nada que contar, ni ningún proyecto de proyecto en marcha, que se avecinan cambios, etapas nuevas. Me siento como en un final. Y los finales, siempre son nuevos comienzos. 

Ojalá el instinto no me falle (otra vez). 

I. 






jueves, 26 de abril de 2018

La manada...

Hoy se ha leído, a las 13 horas, la sentencia a "La Manada". Jurídicamente, una aberración y un sinsentido; emocionalmente, como mujer, un jarro de agua fría y una broma de pésimo gusto. 

Vivo, vivimos en un país donde que te cojan cinco animales, y te metan en un portal, y hagan contigo lo que les dé la gana, lo graben con sus móviles para regodearse en su crapulencia y hacerse los importantes delante de otros de su misma calaña, no se considera violación, sino un simple abuso. 

Vivo en un país donde, para la Justicia (me parto de risa al escribir esta palabra), considera que el NO de una mujer, mi propia negativa, no significa resistencia, no vale nada. 

Vivo en un país en el que, al verse una mujer, en inferioridad de condiciones ante cinco bestias dispuestos a agredirla gravemente, y quedar paralizada por el miedo y no defenderse, se considera que no opone resistencia, y que disfruta del acto, de la agresión. 

Vivo en un país que me invita a tener miedo por vivir sola, y volver sola a casa, por no saber si, en la siguiente sombra, tendré mi desgracia acechándome. 

Vivo en un país de mierda que me asquea y me avergüenza profundamente. 

La Manada somos nosotras, las mujeres que, por necesidad, por orgullo, debemos seguir siendo valientes (que no libres) que, a pesar de que la Justicia no está de nuestra parte, vamos a seguir saliendo a la calle y enseñándole los dientes a la vida. 

No tenemos dueño, somos nuestras. Nosotras decidimos. Y, por supuesto, no estamos solas. 

No es No. Y punto. 

I. 




miércoles, 25 de abril de 2018

Esas pequeñas cosas...

Hoy estoy contenta, pese a que los motores, como os comentaba en mi última entrada, todavía siguen en el taller. En mi mente se ha instalado una cuenta atrás que me llena de alegría. Y hoy eso pesa más que la angustia y la incertidumbre.

Hoy tengo que regresar por la noche muy cerca del lugar donde paso tantas horas al día, pero no regresaré sola a casa. Estará mi hermano, mi más leal compañero de aventuras.

Tengo en mente un montón de planes y de cosas que me gustaría que hiciéramos estos nueve días que vamos a compartir, de las que luego, como somos unos vagos, no hacemos ni la mitad. Pero da igual. Viene de camino mi medicina, mis puntos de sutura y mi bálsamo. Aunque luego la cuenta atrás vuelva a empezar. 

Este año, la verdad, es que está siendo un año de esperas. Esta, una de ellas, sólo una, llega a su fin hoy. No deja de ser gratificante, la verdad, aunque hay ciertos temas que me gustaría ya dejar de esperar, y dejar de aguantar el tipo, estar en vilo, empujar el muro de hormigón, alisando el rizo. Y sobre todo, esforzándome en no agotarme, que todo llegue a buen puerto, y que pase lo que tenga que pasar.  De que las palabras se tornen verdades, y las verdades, oportunidades, y las oportunidades, felicidad, que ya tocaría.

Mi karma, mi paciencia, y mi salud mental lo piden ya a alaridos. Hace ya tiempo que dejaron de gritar.

I.



lunes, 23 de abril de 2018

De dragones, caballeros y princesas...

Hoy es Sant Jordi. El día que cada año espero con ilusión. El ambiente, la gente, el olor a papel, a rosas y a tinta... Los que me conocéis sabéis que mi criterio de elección para elegir mi próxima lectura en formato papel, es abrir el libro en cuestión al azar y olerlo. Aspirar fuerte su perfume, y decidir si su olor anuncia una obra maestra, o, por contra, huele a cola barata y va a ser una novelucha de esas que pasan sin pena ni gloria.
 
En el colegio, cuando somos pequeños, nos preparan a conciencia para este día. Cada año nos explican la leyenda (no me voy a molestar en reproducirla, porque apuesto que, al igual que la abajo firmante, todos os la sabéis; y si no, para algo está Google), hacíamos alguna manualidad de aquellas que, al cabo de uno días, desaparecía de la estantería de casa misteriosamente, se organizaban actos en ese día por parte de los profesores en que nos implicábamos todo el alumnado. En definitiva, era una fiesta.
 
Vas creciendo, y aunque sea un día laborable, engañas un poco al tiempo, sales corriendo del trabajo, y te vas a disfrutar del ambiente que se respira, de la sonrisa de la gente. Este año, es la primera vez que lo paso sola (no en términos de pareja, de esos ya llevo unos cuantos), pero la verdad es que con mi hermano era un día que disfrutábamos mucho juntos.Lástima que la organización no haya querido pasarlo al día 26, ya que aterriza en Barcelona el día 25 por la noche, y eso que se lo he pedido muy fuerte a Jesusito de mi Vida.
 
A pesar de ser mi día favorito del año, que eso no hay fuerza divina ni humana que lo cambie, hoy me siento un poco (bastante) triste. Porque mi hermano (ni nadie), vendrán a última hora con la rosa, porque nadie se reirá de mi cuando olfatee los libros como una lunática, y porque creo que hoy no me comeré el helado del final, con la sensación del deber cumplido.
 
Pero no estoy afligida únicamente por la soledad de este día tan especial, sino también, en parte, por haber perdido una ilusión que estaba siendo un motor para mí, para seguir avanzando. Y de momento, resulta que mis pistones no están en perfecto estado para poner en marcha el motor de los demás, pese al esfuerzo, así que tenemos la cosa en el taller y en stand-by. O de eso, por lo menos, me han informado.
 
También echo de menos a mi amiga R., que pasamos juntas el Sant Jordi del año pasado, que, a causa de la marabunta de gente, decidimos que lo más prudente era sentarnos en una terraza frente al Mercat de Santa Caterina a tomar cañas, para luego ir a comer a nuestro restaurante chino de cabecera. Un día bien aprovechado como pocos. R., aunque estés en Madrid, espero que JM se enrolle y te regale la súper rosa que te mereces, que es una tradición muy bonita como para que no la exportes a Madrid.
 
Dragones, príncipes y princesas. Nos pensamos que cada unos de nosotros tiene su papel bien definido, pero qué manera de sorprenderte la vida, y de, en un golpe de viento, hacer que se caigan las máscaras. Cuánta princesa intrusa, cuánto príncipe que en realidad es dragón, y cuánto dragón que, al final, resulta ser un príncipe.
 
Feliz Sant Jordi, disfrutadlo, respiradlo hondo... Hoy es un gran día.
 
I.
 
 
 
 

martes, 13 de marzo de 2018

El dueño de la herida

Hace años, Antonio Gala, conocidísimo escritor, lanzó un libro al mercado que se titulaba "El Dueño de la Herida". No os voy a engañar, no lo he leído. Quizá debería animarme a ello, pero tengo una lista bastante larga de títulos pendientes que van antes.

El caso es que, a pesar de no haberlo leído, recuerdo una entrevista que le hicieron al autor en televisión cuando lo estaba promocionando, y lanzó al público y a la audiencia una reflexión, algo así como ¿quién es el dueño de la herida, el que la hace, o el que la padece?

Creo, por mi experiencia, que la herida es de quien la padece, porque muchas veces, el que la hace, nunca llega a saber de su existencia, ya que el que la padece nunca le llega a informar de la misma (ya sabéis el dicho: "antes partía que doblá"). Pero también pienso que esta herida no queda para siempre entre las pertenencias del agraviado, sino que la herida, al final, es de quien la cura.

Salgo cada día de casa, a exponerme a ser herida, como todos. De más o menos gravedad, según la ocasión. Según la temporada, nos exponemos más o menos (la abajo firmante, últimamente, anda por ahí a pecho descubierto). Estas heridas forman parte de la belleza de cada uno de nosotros. Esta última afirmación, me lleva al concepto del Kintsugi.

Para los que no sepáis lo que es, os resumo muy rápido. El Kintsugi es una técnica japonesa de reparación de cerámica, en la que, si no estoy equivocada, utilizan resina mezclada con oro o plata, para reparar las grietas que la cerámica pueda tener en un momento dado. Piensan que estas grietas, forman parte de la historia y de la evolución del objeto, y por tanto, lo embellecen y lo hacen distinto a los demás. [Si hay algún entendido en la sala, y no lo he explicado bien o he dicho alguna barbaridad, ruego me corrija haciendo un comentario al final del post]

Como decía, pienso que el Kintsugi, en cierto modo, es aplicable a las personas. Las heridas y las grietas forjan la personalidad y el carácter, fortaleciéndolos, y haciendo que el individuo herido aprenda y evolucione. Podemos repararnos nosotros mismos, porqué no; llenar esas grietas con oro, quedando una preciosa y brillante cicatriz, que contribuye a aumentar nuestra belleza y que nos permite continuar más o menos enteros. Pero, no nos engañemos, hay lugares a los que no nos llegamos, y nos tiene que ayudar otro a cubrir la herida con resina, para seguir luciendo igual, o incluso más, hermosos. Cuanto antes encontremos quien tenga la habilidad de reparar allí donde nosotros no llegamos, y nos dejemos reparar (que esa es otra), antes podremos seguir escribiendo nuestra historia, avanzando por nuestro camino con paso firme y sin cojear. Seguro que todos tenemos algún artesano que domine esta técnica para, en un momento dado, dejarnos nuevos.

Y sino, pues a seguir buscando, pero que nada os detenga. Heridos podemos seguir avanzando, aunque más lento.

Pero siempre adelante. Siempre.

I.











sábado, 3 de febrero de 2018

Desde la butaca...

[Llevo tiempo desaparecida, mil perdones]

El fin de semana en Porto, ha sido, como poco, épico. Encima tuve la inmensa suerte de poder pasar, por sorpresa, casi 7 horas con mi abuelo y mi madre, y eso ha sido un chute de adrenalina y de energía que me mantendrá cuerda hasta dentro de dos semanas que vuelva a tener una dosis de familia. Ese ha sido mi bono emocional de principio de año. 

Mi ausencia, para qué negarlo, se ha debido en gran medida a la intensidad de algunos momentos vividos en las últimas semanas, y a mi proceso de reordenar.  Al pánico a experimentar sentimientos y emociones de nuevo, y a la incertidumbre del qué pasará mañana. He decidido dejarme llevar, dejarlo fluir, y ya veremos que pasa.  Como dicen mis caballeros de reluciente armadura, para que las cosas salgan mal, sobra tiempo.

Últimamente parece que escribo desde lugares raros.  En el anterior post os saludaba desde un avión camino a Porto, ahora estoy en el Tanatorio de la Ronda de Dalt,  sentada en una comodísima butaca de cuero, acompañando a una amiga. En el mismo lugar que despedimos, demasiado pronto, a mi amiga E., hace ya más de tres años. La fortuna no ha permitido que sea en la misma sala, pero los recuerdos son intensos, y todavía me parece ver a sus padres totalmente rotos, a mis primeros compañeros y amigos, juntos después de muchos años sin vernos, contando anécdotas y sobre todo, sonriendo al recordar, al recordarla, en medio de todas ellas; con esa mezcla tan extraña de ternura, nostalgia y tristeza que sólo se da en momentos y lugares así.

Muchas veces, a lo largo de estos años,  desde que sucedió aquello, he pensado que, en cierto modo, E. se merece que deje mis miedos atrás. Que viva, que ría, que sea feliz, que sufra si toca; porque, conociéndola, con aquel humor tan suyo, tan joven, no me cabe la menor duda de que ella estaría haciéndolo a tope. 

Recordar es fácil, analizar y aprender de los recuerdos no tanto. Sacar lecciones valiosas de la vida es duro, pero tremendamente gratificante.

Por mi, la primera y más importante, por E., que nunca envejecerá (por desgracia), por los que me rodean (cerca o lejos), voy a salir de este tedio que arrastro hace años y dejar de sobrevivir para vivir a tope, y lo que tenga que ser, será. Me muero de ganas de que llegue el futuro.

Queda por escrito. Va por ustedes. Va por tí, que sé que estás al otro lado leyéndome.

I.




viernes, 19 de enero de 2018

Lady Madrid

Estoy en un avión, camino a Oporto, porque hemos quedado allí mi amiga A. y yo para cenar con mi hermano.  Voy en modo avión, por supuesto, así que colgaré estas lineas en cuanto la conexión me lo permita.

Estoy muy contenta, mi amiga A. y yo somos tocayas y vamos a celebrar nuestro santo, que es el domingo, en esta maravillosa ciudad, donde a parte de disfrutarla al máximo, se nos van a poner unos muslos y unos glúteos que se van a poder partir nueces. No veo el momento de llegar, porque, sin paños calientes he tenido una semana de mierda (salvo detalles que han estado más que bien).

Pese a la alegría que siento, se me va la cabeza hacia mi amiga R., que hoy está teniendo un día pésimo. Y es que, seguro que a ella, que está siempre leyéndome al otro lado, no le importará que lo cuente, esta mañana han sacrificado, por estar ya muy mayor y enfermo, a su perro Ron. Por lo que me ha hablado de él, y de lo que estoy segura, un animal cariñoso, bueno y fiel. Al que ella adoraba, y estoy segura que el sentimiento era mutuo. Siento bastante impotencia de no saber qué decirle, ni cómo consolarla. Nosotros pasamos ese trago con Boira hace ya tres años y pico, y el vacío que queda es desesperante.

[Ahora apagan las luces del avión, esto se pone interesante]

Mi querida amiga, hoy va solo para ti, porque intuyo cómo te encontrarás (nosotros lo pasamos, como ya he dicho, con nuestra Boira), y para recordarte lo que te dije anoche, que uno de los actos de amor más grandes que existen, sino el que más, es dejar marchar al que sufre, o al que no desea quedarse.

Guárdalo como un tesoro en tu alma, marca a ese precioso Ron a fuego en tu mente, y él siempre estará contigo, amiga. 

Te quiero, lo sabes. (sobra decir que tú, que me conoces bien, sabes que lo digo poco, pero cuando lo digo es estrictamente cierto).

I. 


miércoles, 17 de enero de 2018

Poison, que no es lo mismo que poisson...

["¡Vaya, qué semanita está teniendo ésta!", estaréis pensando, con dos entradas tan seguidas. Pues sí, no os falta razón. ¡Al lío!]

El veneno y la maldad en la gente es algo que nunca he llegado a entender ni a encajar bien del todo. Sobre todo si ese veneno y esa maldad tienen consecuencias para los demás. Y ya si es por pura diversión y regocijo grupal, ya es que me desorino toda.

¿Menudo humor traigo, eh?

Mi madre, mujer del Norte, sabia e íntegra, me ha intentado inculcar siempre que se le debe dispensar a los demás el trato que uno mismo espera recibir, que las mentiras hieren, y que el hacerle daño a los demás es algo que, tarde o temprano, acabas pagando con intereses. Aunque la espera sea larga... ¡y vaya si se hace larga!

Os estaréis preguntando, limitados y selectos lectores (aunque algunos de ellos ya lo saben - ¡hola R., hola D.!) a qué viene todo esto. Pues bien, hoy me siento en el deber moral y en la obligación de invitaros a la reflexión. Primero en la filosofía de mi madre, que me ha repetido hasta la saciedad; aunque la conozco, y, al igual que mi hermano, sé que tienen ambos un mosqueo de aúpa. Segundo, que yo hay gente a la que no entiendo, ni qué ganan con sus acciones, ni con sus ceremonias rituales de cotilleo y palmaditas en la espalda grupales, ni de aplausos y vítores. Sobre todo cuando se trata de jugar con el pan de los demás, por pura confirmación y alimentación de ego. Si alguien tiene la respuesta, ruego, por favor, que me ilustre con su comentario al final del presente post.

Soy perfectamente consciente, porque ya tengo una edad respetable, de que hay maldad en el mundo, y que la vida no está llena de purpurina y unicornios. Lo tengo presente, no soy idiota (creo). Pero ello no impide que siga escandalizándome. Tristemente, lo que más me escandaliza es la mediocridad y el compadreo, y así, la abajo firmante, y los de su especie (gente con valores, ya sabéis), nos llevamos los disgustos que nos llevamos a veces. 

Pero bueno, fuera dramas, vamos a sacar la parte positiva a todo. Y es que la gente con valores, y que, como a la abajo firmante, le gusta dormir tranquila por las noches, sin necesidad de aprobación de la manada ni de fanfarronear, solemos juntarnos entre nosotros. Todo en la vida es para bien, y esa es la parte positiva. 

Y como hoy me ha dicho un amigo recién adquirido (¡hola T.!) del que, estoy segura que, como del resto de mis amigos, voy a aprender un montón, "en cualquier momento, el caballo se desboca por sí solo". Únicamente queda (saber) esperar. 

Aprovecho desde aquí para recomendaros el fabuloso libro "Maldito Karma" de David Safier, que a parte de divertiros unas horitas, os hará reflexionar y hacer un examen de conciencia bastante interesante. 

Os dejo con vuestros quehaceres, bastante más interesantes, seguro, que leer esto, deseándoos que acabéis de pasar una buena semana... ¿Os he dicho ya que en dos días vuelo a Porto? No veo el momento...

¡Ah!  Y de poner la otra mejilla, ni hablar. Eso no se hizo para mi. 

I. 














lunes, 15 de enero de 2018

Blue Monday...

[Al empezar de nuevo con esto, me había propuesto no repetir artista, o por lo menos, no hacerlo muy seguido, pero hoy, por desgracia, la ocasión lo requiere]

La primera vez que escuché la voz de Dolores O'Riordan tenía 9 años, y fue en una excursión del colegio. Una compañera llevaba el cassette de No need to argue en el walkman - eso es muy vintage, ¿eh? - y me pasó un auricular mientras íbamos en el autocar. Sonaba Ode to my Family, una canción que, precisamente os puse para que la escucharais mientras leíais el post del día de la Cabalgata de Reyes. Luego, al cabo de unos minutos, empezó a sonar el himno, la inmortal Zombie

Aquella voz tan peculiar, con aquellos matices tan ricos, aquellos quiebros al final de cada frase... Una voz tan celta, tan especial, tan hipnótica; para mí solo comparable con otra irlandesa: Sinead O'Connor. 

Lo que yo no sabía en el autocar del Señor Pacheco (que nos llevaba, el pobre hombre, con su vehículo y su infinita paciencia a todos lados a las cuarenta y pico fieras que éramos en mi curso), al lado de mi amiga E. (que por desgracia, hace ya más de tres años que nos dejó), escuchando por un auricular de su walkman, me engancharía, con los años, a aquel grupo y que, a día de hoy, tendría  todos sus discos. 

Tuve, hoy me doy cuenta, la inmensa suerte de verlos en directo en marzo del 2001, en el Palau Sant Jordi, donde compartían escenario con Dover, Weezer y Lombardi. Yo iba con A. y G. (como no. Cabe decir que casi no vamos, porque A. se dejó las tres entradas en casa, y tuvo que traérnoslas su hermano en coche con toda la prisa y el estrés del mundo, y llegamos por los pelos, y conseguimos igualmente un buen sitio en primera fila. Pero hoy no vamos a sacar nuestros trapos sucios). 

Salieron con 45 minutos de retraso, Dolores llevaba una falda tutú negra cortísima, un corsé rosa con los ligueros colgando por encima de la falda, y salió al escenario diciendo algo así como "¡Ispanioles, mes amigos!". Sonó el rasgueo de una guitarra acústica y empezó con aquello de "Suddenly something has happened to me / as I was having my cup of tea" (Animal Instinct, para mi, otro himno). Lo más nuevo en aquel momento era el disco Bury the Hatchet, y ahí estuvimos, con toda nuestra energía, saltando a lo loco, mientras ella, minúscula físicamente, se hizo enorme, titánica, en el escenario. Lo que más me impresionó de oírla cantar tan de cerca, fue como vibraba el suelo con su voz, y como esa vibración te subía por las piernas y se te metía en el estómago. He ido a unos cuantos conciertos, y lo que experimenté con ella nunca se volvió a repetir con ningún otro artista, y dudo que algún día lo haga. 

Y esta tarde de blue monday (ya sabéis, estadísticamente, el día más triste del año), me llega al móvil una alerta con la noticia de que ha fallecido repentinamente a la edad de 46 años. Y realmente me parece que para el mundo de la música, ha sido un lunes tristísimo, por tener que despedir a semejante talento. 

No se me ocurre mejor, ni más humilde homenaje, que hoy ambientar este post con mi canción favorita de The Cranberries, que habla (o así lo interpreto yo) de decepciones, de ira, de tristeza, de palabras llevadas por el viento y de promesas sin cumplir. 

I.




jueves, 11 de enero de 2018

Tragos de luz...



Por fin se terminaron las Fiestas.


Estando ya metidos de pleno en 2018, o por lo menos, así me siento yo, intuyo que este será un año de separaciones y despedidas. Las evidencias son claras, la partida en menos de dos meses de mi amiga R., y otras marchas que también serán importantes, y cuya fecha aún está por confirmar.


Egoístamente, me entristece muchísimo, aunque signifique que se cumple un deseo que viene ya de tiempo atrás. Por lo que, al final, reflexionando y en frío, estoy contenta por todos los que voy a tener que dejar ir, porque honestamente creo que su próximo destino es donde quieren (y deben) estar.


¡Que no decaiga, que en peores plazas hemos toreado! (Y yo tendré alguna segunda residencia nueva donde me adoptarán, que, oye, ni tan mal).


Deseo de verdad que este año que, al fin y al cabo, acaba de empezar sea de cambios. Yo ya he empezado, me he cambiado, un tanto accidental y accidentadamente el color de pelo; he llegado a la conclusión de que hay cosas que ya estaban bien como estaban, y por eso, en breve, desharé el entuerto volviendo al estado anterior, que, insisto, ya estaba bien.


Como decía, que vengan cambios, y todos buenos. Que deje atrás esta sensación tan fea que arrastro desde hace un par de años de ir perdida, y encontrar, por fin, mi camino. De momento los cambios que ha habido, además de mi color de pelo, y que ya se iniciaron a finales de 2017 han sido, como poco, desconcertantes. Aunque a veces se haga cuesta arriba, no nos queda otra que esperar el desenlace con nuestra mejor sonrisa. A los tiempos raros, buena cara.  


Pero a corto plazo y de momento, volar la semana que viene a Porto, beber a morro de la ciudad durante 48 horas en una compañía selecta e inmejorable (como no puede ser, en mi caso,  de otro modo), que no dudo que van a ser tan intensas como divertidas.


Y al final, tanto a los que se van, como a los que nos quedamos,  ¡QUE NOS QUITEN LO BAILAO!

I.

viernes, 5 de enero de 2018

Viernes de República.

Hoy es viernes, y no me ha apetecido - raro en mí - subirme en los tacones (la mayoría imponibles, según mi amiga R., a la que le mando un saludo desde aquí, porque sé que está al otro lado, leyéndome atentamente). Así que, ante la falta del tráfico habitual para llegar al trabajo, me he levantado media hora más tarde (¡oh yeah!), me he calzado unas Converse All Star, y he llegado quince minutos antes de mi hora de entrada. Ojalá todos los días fueran así, porque me como unos atascos que no se los deseo yo ni a mi peor enemigo.

Pero hoy no es un viernes cualquiera. Recuerdo cuando era niña (hace unos añitos de nada), pasar este día de los nervios esperando a que mis padres me llevasen a la Cabalgata (hasta la fecha, no me he perdido ni una), a mi abuelo cogiendo caramelos a lo loco (en serio, es un auténtico profesional), y llegar a casa y vaciar nuestro dulce botín encima de la mesa de la cocina. Caramelos, por supuesto, que nadie se comía. Se los dejábamos a los Reyes, junto con unas galletitas y unos vasos de agua para los camellos, a ver si había suerte y se los comían. Pero ni los Reyes Magos se comen sus propios caramelos. Mala señal. Al menos, no se molestaban mucho por dejarles los mismos caramelos que ellos nos habían dado en la Cabalgata, y dejaban el salón lleno de regalos. 

La noche del 5 al 6 de enero, además, era una noche que se dormía poco, pese a que te ibas a dormir súper pronto. Sobre todo, desde que apareció mi hermano en escena, que estoy segura de que no pegaba ojo en toda la noche, y a unas horas intempestivas venía a saltar a mi cama gritando que habían venido los Reyes, y corriendo por el pasillo, en pijama, despertándonos a toda la familia (y si me descuido, a todo el vecindario). Nos levantábamos, abríamos los regalos, lo flipábamos (salvo aquel año en el que, siendo todavía hija única, los Reyes Magos, me trajeron un montón de cuadernos de caligrafía, por lo que les guardé rencor bastante tiempo), y volvíamos a acostarnos. Teníamos todo el día para jugar. 

Cuando nos levantábamos por segunda vez, a una hora normal, mi madre estaba en la cocina, con el chocolate a medio hacer, y los churros calentitos. Era una mañana muy feliz siempre, porque nos sentábamos todos juntos a desayunar, y luego teníamos todo el día para jugar, escuchar los discos, ver las pelis, o utilizar lo que fuera que nos habían regalado Sus Majestades (el año de los cuadernos de caligrafía, ese día de Reyes, pasé de ellos olímpicamente, aunque mi madre me obligó a hacerlos todos, bajo la amenaza de que los Reyes me estaban vigilando, y que tomarían represalias de cara al siguiente año. Bendita inocencia).

Y de postre, el Roscón de mi madre. No tengo ningún adjetivo válido para describirlo correctamente y que os hagáis una idea... Sobre todo, los trozos con naranja confitada, mis favoritos, sin duda, ¿eh mamá?

Pero hoy no voy a ir a la Cabalgata, y mañana no me despertará mi hermano, ni va a haber regalos, ni tampoco desayunaré chocolate con churros, y mucho menos me comeré uno o cinco trozos del delicioso Roscón de mi madre. Hoy saldré de trabajar, saldré a cenar con M. (si le apetece y está con fuerzas), y me acostaré, como cada día, después de leer un rato en compañía de Rigodón. Es la primera vez que paso este día lejos de mi familia, y, siendo honesta, no sé cómo me siento al respecto. 

Espero que a vosotros, que seguro que, a diferencia de la abajo firmante, sí os ha dado tiempo a escribir la carta, los Reyes Magos os traigan todo lo que habéis pedido, y si, como leí el otro día no sé dónde, os traen carbón, que lo acompañen de unos chorizos, churrasco y demás, para hacer una buena parrillada.

¡Ah! Y cuidado con los caramelos, que pueden convertirse en mortíferas armas arrojadizas en manos de pajes psicópatas.

I.