Noviembre es uno de los meses que menos me gusta del año. Nos bombardean con la Navidad ya de forma intensiva, una vez pasada la fiebre del Halloween, y ya sabéis los que me leéis, que yo soy bastante Grinch. Además, ayer hizo 4 años que E. dejó de envejecer, y, pese a que ya sonrío al recordar cosas de cuando éramos niñas y compartíamos nuestro día a día, no deja de entristecerme el hecho de pensar todo lo que no está pudiendo vivir, y yo sí.
Ya que soy la mujer invisible, y más desde hace unos días, mis amigas tienen familia, marido o viven en pareja, la verdad es que tengo mucho tiempo para mi los fines de semana. Hago cursos online, me hago alguna maratón de Netflix, y cosas así. Vamos, que me he quedado descolgada del resto. En realidad, digan lo que digan, y que quien no lo vive se piensa que mi situación es la panacea, nada más lejos de la realidad. Es bastante difícil tener 30 y pocos y ser soltera. Más luego todo el lastre que llevo en la mochila, que con paciencia y ayuda empiezo a soltar. Pero creo que no es fácil calzarse mis zapatos.
La verdad es que hoy no tengo nada buen día. Estoy en "esos días", y tengo las hormonas revolucionadas, lo que me ha hecho llorar sin motivo ya a primera hora de la mañana de forma inconsolable.
A principios de año, dije que este 2018 iba a tener los brazos bien abiertos, tanto para recibir lo que tenga que llegar, como para dejar ir lo que deba marcharse... Pero, cómo cuesta desprenderse de aquello a lo que tienes cierto apego.
Me repito como un mantra eterno en mi cabeza que todo es para bien. Y que el karma tanto premia, como castiga (sobre todo esto último, y rápido, y no hablo por mi). Lo del premio va algo más lento... Pero, eso, todo es para bien.
Por cierto, remitiéndome al post anterior, mi preciosa N., ya confirmado, va a tener un hermanito varón, M. Deberíamos haber hecho una porra...
I.