miércoles, 29 de agosto de 2018

Al respirar...

Se acabó lo que se daba. Tercer día de trabajo. Tres días viniendo a la oficina (menos mal que solo en horario de mañana), que se me están haciendo como tres vidas. Y mi hermano en Lisboa, y Rigodón buscándolo por casa... En fin, la rutina... Y la semana que viene, ya a jornada completa. Mátame, camión. 

Veo pasar las horas desde mi escritorio. Lentas, pegajosas. Aburrimiento visceral. La mitad de la plantilla aún de vacaciones, y la ausencia de tareas hace estas seis horas tediosas y eternas. 

Por lo demás, sacudiéndonos los restos de las vacaciones, sobre todo los kilos de más que hemos cogido, por lo que además del hastío de la vuelta a la rutina, le sumamos la dieta salvaje. Es que no me da la vida. 

Menos mal que ayer tuve cena con las chicas, y, salvo un pequeño incidente con un gusano en la lechuga, fue como un soplo de aire fresco, ya que, en dos días de rutina, ya sentía que me faltaba (mucho) el aire. Eso sí, a ese restaurante, de cuyo nombre no quiero acordarme, no volveremos jamás. Si queremos comer bichos, lo haremos de forma voluntaria, no a traición. Nos cambiaron y no nos cobraron el plato (nada más faltaría), y nos pusieron unos chupitos-pelotazo con más graduación de la debida para un martes. Pero oye, que nos quiten lo bailao. El primer Comité de Sabias del curso 2018-2019. Como todas, menos una, hemos ido juntas a clase, contamos el tiempo como si todavía fuéramos al colegio. 

Que os sea leve la vuelta, amigos. Nosotros podemos con eso y más (eso es lo que me repito a mi misma, con escaso convencimiento, cada día cuando me suena el despertador). 

I. 




domingo, 19 de agosto de 2018

El (casi) final del verano...

Estoy out,  en casa de mi madre, disfrutando del Dolce Far Niente. Sin apenas cobertura en casa, con un Wi-Fi precario (lo justo para que Netflix no se pare). Desconectada, sin apenas ocupaciones. Lo que viene siendo veranear en una aldea gallega con el extra del Netflix.

He recorrido esta semana con los míos algunos lugares de esta hermosa tierra que cura, que fortalece. Dentro de 48 horas estaré en mi piso, y este verano, aunque aún me queden unos pocos días libres, habrá quedado finiquitado. Pasaremos de ser cinco (contando a J., o siete, si contamos a Sheldon y Rigodón) a dos (tres, si contamos con Rigodón). Dejo de vivir sola, como en en este último año, tan extraño (y a veces tan duro), de conocerme y fortalecerme, que me ha regalado mi hermano con su Erasmus. El nuevo curso me impacienta y me inquieta a partes iguales. En el fondo, un poco para todos, los años van de septiembre a septiembre, como cuando íbamos al colegio.

También, he compartido, a parte de con los míos, estos días con J., la persona que ha elegido mi hermano como compañera de viaje. Una lisboeta menuda y sonriente, tímida al principio, tremendamente risueña y bromista al rascar un poco, y que ha tenido siempre una sonrisa y un gesto cariñoso y familiar con todos nosotros... Hasta el punto de que mi abuelo está absolutamente prendado de ella. Y eso, por lo menos a mi, me enternece de una forma indescriptible.

Hoy hemos ido a llevarla al tren que la devolvía con los suyos, y, honestamente, cuando me he despedido de ella, yo, que no soy muy dada a las manifestaciones de afecto, la he abrazado con una punzada de pena por la separación. Por mi hermano, obviamente, y por nosotros, que hemos tenido una más en la familia durante estos días de verano. Ha sido tremendamente enriquecedor compartir estos días con ella, una persona de un país tan cercano, y cuya cultura e historia van en parte de la mano de la nuestra, y los huecos que desconocemos los llenamos de tópicos, de los que yo me había deshecho ya en gran medida durante las visitas a Guimarães este año y por la estancia allí de mi hermano, y de los que he acabado de deshacerme en estos días en compañía de J., haciéndole todas las preguntas que se me han ocurrido, y que ella ha contestado con una sonrisa enorme, e infinita paciencia; y con nuestras conversaciones, pese al evidente muro del idioma que se levanta entre nosotras y que, más o menos, hemos sabido trepar.

Ha sido un verano tranquilo, de tiempo inmejorable, y de compartir. Y una bonita experiencia, sin duda.

Ahora quedan 36 horas, y los abrazos apretados. Y las promesas, siempre, de volver a estar juntos muy pronto.

I.



miércoles, 1 de agosto de 2018

Yo marco el minuto...


Me quedan exactamente 49 horas y 20 minutos para coger vacaciones. Y supongo que dos horas más para subirme en el coche rumbo a destino. Las necesito. Mucho. 

El desengaño, la ansiedad, la impotencia, el sentirse sola, son sentimientos muy fértiles, pero también muy enfermos. Necesito llenar de verde mis pupilas, meter los pies en los ríos, sentir la hierba en mis plantas desnudas. Dormir del tirón, fresquita. Abrazar a la que me regaló la vida, que me haga entender que no la estoy malgastando (aunque me dé la sensación que estos últimos meses he perdido un tiempo precioso luchando por cosas que han resultado ser humo. Por lo menos, de momento). 

Y marcar el minuto, a mi ritmo, leer, relajarme, hacer lo que me apetezca, intentar entender desde la lejanía la complejidad del ser humano, que hace que, aunque las personas lo deseen y lo quieran, las cosas no puedan ser.  

Superar cosas, ha sido un curso duro. Volver renovada, fuerte. Ayudarme a mi misma antes que a los demás. 

Estamos en la cuenta atrás. Todo llega, todo pasa. 

Feliz verano, feliz vida. 

I.