jueves, 19 de julio de 2018

Mensajes de despedida...

Nunca he ocultado que mi lugar favorito para llorar es el coche cuando voy sola; sobre todo, cuando estoy en el atasco de vuelta del trabajo. A la ida no, tengo demasiado sueño para hilar pensamientos, y mucho menos, para sentirlos.

Ayer lloré, mucho, en el coche. Y al llegar a casa, seguí llorando. Lloré hasta la extenuación, no como acto de debilidad, a mi modo de ver, sino de fuerza. Porque sentir es estar vivo, y ya en sí, para vivir y seguir adelante hace falta coraje y fuerza.

Y es que ayer fui a despedirme para siempre de una persona con la que estuve hace 6 días nada más, a la que llevaba viendo en el trabajo cada día durante los últimos 8 años.

Ayer fui a despedirme de un hombre bueno, cariñoso, familiar, íntegro, y que dejaba a su paso un rastro de alegría que duraba un rato cuando se iba. Una persona de esas a la que todo el mundo que le conocía apreciaba sinceramente, porque se hacía querer, y mucho. R. no era un simple mensajero. Era muchísimo más que eso, un compañero, un amigo, una persona que, cuando tenías mala cara, venía directo a ti, con paso firme, a hacer alguna payasada para intentar sacarte una sonrisa. Y era de esas personas que tenían el don de conseguirlo siempre.

R., mi contrabandista favorito, que hacía de enlace cuando tenía que hacer llegar algo a mis ex-compañeras de trabajo, o viceversa. Que me traía los décimos de lotería de Navidad de mi antigua empresa, haciéndome jurar siempre que, si tocaba, íbamos a medias. Y que siempre andaba por los pasillos piropeándonos con su sonrisa perenne. 

Si el pasado viernes al mediodía hubiera sabido que nunca más volvería a verte, colega, de verdad que te habría dicho lo excepcional que eras y te habría dado un abrazo grandote, de esos que te juntan las partes rotas.

Tengo el consuelo de que, la última vez que te vi, a pesar de que tu cuenta atrás estaba en marcha, te vi como siempre, alegre, vital y sonriente. Con ilusión, con alegría de vivir, y con tu camisa Desigual chulísima, que sé que te encantaba.

Desde aquí mi homenaje y mi recuerdo, amigo, que, mientras tecleo estas líneas, están introduciéndote en tu última morada. Cada día echo, y echaré de menos tu golpecito con el folio hecho un tubo para despedirte, mi "Adiós, R.", y tu "Adiós guapetona".

Hasta siempre, amigo. Buen viaje.

I.