domingo, 16 de septiembre de 2018

Con las ganas...

Un día, si vais hacia atrás en el blog, os contaba que mi lugar favorito para llorar es el coche, de vuelta del trabajo. Como desahogo me sienta fenomenal.

Otra cosa es cuando me siento profundamente triste. Entonces leo. Leo hasta la extenuación, me meto en la vida de los personajes, en sus pasiones, sus sinsabores, sus filias, sus fobias, sus vivencias, y me evado totalmente de mi vida, y, sobre todo, y más importante, de mi impotencia porque las cosas no son distintas, y de mi tristeza.

Supongo que, como a muchísima gente en el mundo, y alguna de las personas que me leen, estoy, en gran medida, insatisfecha con mi vida. Tanto en lo personal como en lo profesional. Por nada en concreto, y por todo a la vez. Enjaulada en una rutina devastadora, viendo como a mi entorno le suceden cosas buenas, mientras yo me mantengo estática y observando. (Cada vez se empieza a notar más que uso este espacio en la red como autoterapia).

Aunque, pensándolo bien, por lo menos no me pasan cosas que hacen que se tambaleen mis cimientos (justo un año ya), como en tiempos pasados, que en el fondo, tampoco está tan mal.

Veo la felicidad, o al menos, la satisfacción, en la mayor parte de mi entorno, en sus pequeñas cosas y sus pequeños triunfos. Y me alegro por ellos, pero, como os decía el líneas anteriores, de forma objetiva, como mera observadora.

Bueno, os dejo, que tengo a mi compañero de cama, el señor Kindle® (y a Rigodón) esperándome con las páginas de Saber Perder, de David Trueba, abiertas. Mientras, sigo, otra semana más, con las ganas de que me toque a mi. No lo de saber perder, claro, en eso soy una eminencia. Lo que tengo ganas que me toque es un giro argumental en la novela de mi vida, pero de los que te arrancan una sonrisa cuando los lees. 

Con las ganas... Pronto... Quiza no valga la pena esforzarme, sólo seguir adelante, y lo que tenga que llegar (bueno, por favor), bienvenido sea. 

I.


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