lunes, 15 de enero de 2018

Blue Monday...

[Al empezar de nuevo con esto, me había propuesto no repetir artista, o por lo menos, no hacerlo muy seguido, pero hoy, por desgracia, la ocasión lo requiere]

La primera vez que escuché la voz de Dolores O'Riordan tenía 9 años, y fue en una excursión del colegio. Una compañera llevaba el cassette de No need to argue en el walkman - eso es muy vintage, ¿eh? - y me pasó un auricular mientras íbamos en el autocar. Sonaba Ode to my Family, una canción que, precisamente os puse para que la escucharais mientras leíais el post del día de la Cabalgata de Reyes. Luego, al cabo de unos minutos, empezó a sonar el himno, la inmortal Zombie

Aquella voz tan peculiar, con aquellos matices tan ricos, aquellos quiebros al final de cada frase... Una voz tan celta, tan especial, tan hipnótica; para mí solo comparable con otra irlandesa: Sinead O'Connor. 

Lo que yo no sabía en el autocar del Señor Pacheco (que nos llevaba, el pobre hombre, con su vehículo y su infinita paciencia a todos lados a las cuarenta y pico fieras que éramos en mi curso), al lado de mi amiga E. (que por desgracia, hace ya más de tres años que nos dejó), escuchando por un auricular de su walkman, me engancharía, con los años, a aquel grupo y que, a día de hoy, tendría  todos sus discos. 

Tuve, hoy me doy cuenta, la inmensa suerte de verlos en directo en marzo del 2001, en el Palau Sant Jordi, donde compartían escenario con Dover, Weezer y Lombardi. Yo iba con A. y G. (como no. Cabe decir que casi no vamos, porque A. se dejó las tres entradas en casa, y tuvo que traérnoslas su hermano en coche con toda la prisa y el estrés del mundo, y llegamos por los pelos, y conseguimos igualmente un buen sitio en primera fila. Pero hoy no vamos a sacar nuestros trapos sucios). 

Salieron con 45 minutos de retraso, Dolores llevaba una falda tutú negra cortísima, un corsé rosa con los ligueros colgando por encima de la falda, y salió al escenario diciendo algo así como "¡Ispanioles, mes amigos!". Sonó el rasgueo de una guitarra acústica y empezó con aquello de "Suddenly something has happened to me / as I was having my cup of tea" (Animal Instinct, para mi, otro himno). Lo más nuevo en aquel momento era el disco Bury the Hatchet, y ahí estuvimos, con toda nuestra energía, saltando a lo loco, mientras ella, minúscula físicamente, se hizo enorme, titánica, en el escenario. Lo que más me impresionó de oírla cantar tan de cerca, fue como vibraba el suelo con su voz, y como esa vibración te subía por las piernas y se te metía en el estómago. He ido a unos cuantos conciertos, y lo que experimenté con ella nunca se volvió a repetir con ningún otro artista, y dudo que algún día lo haga. 

Y esta tarde de blue monday (ya sabéis, estadísticamente, el día más triste del año), me llega al móvil una alerta con la noticia de que ha fallecido repentinamente a la edad de 46 años. Y realmente me parece que para el mundo de la música, ha sido un lunes tristísimo, por tener que despedir a semejante talento. 

No se me ocurre mejor, ni más humilde homenaje, que hoy ambientar este post con mi canción favorita de The Cranberries, que habla (o así lo interpreto yo) de decepciones, de ira, de tristeza, de palabras llevadas por el viento y de promesas sin cumplir. 

I.




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