lunes, 7 de mayo de 2018

Silencio...

Hay dos lugares en el mundo que odio especialmente, sobre todo en estos últimos nueve meses. El primero, es la sala de espera del Aeropuerto de Vigo; y el segundo, la zona de Llegadas de la Terminal B del Aeropuerto de Barcelona. Ambos me hacen sentir el vacío y la soledad como una bofetada de esas que ves venir, pero te llevas igual. 

Luego llego a casa, y aunque me reciban Rigodón y la oscuridad del piso, y me sienta a salvo, la bofetada ya me la he llevado puesta. Así, "plas - plas". Encima no dejan marca visible en la mejilla, pero sientes el escozor por todo el cuerpo. 

Ayer estuve en esos dos detestables lugares en un margen de pocas horas. Y hoy, con más pena que gloria, empezando la semana, y una nueva cuenta atrás. Eso es 2018, os decía el otro día, el año de las esperas (algunas frustrantemente infructuosas, por ingenua).

Hoy, como me lo merezco, por el cansancio y la pena, no pienso hacer nada, salvo la comida para mañana. Pienso meterme en la cama con mi recién estrenado libro electrónico (el anterior murió hace un mes, después de ocho años de leal servicio y muchísimo uso - una tragedia) y Rigodón, a leer una novela de esas pedorras que tan bien nos van cuando decidimos dejar la mente en blanco, y no entrar en bucles sin sentido. Es día de gym, pero me apetece más mi trío con libro y felino. Soy así de fetichista. 

Hablando en serio. Necesito, hoy, aterrizar. Disfrutar de mi guarida, de mi silencio, de mi soledad y de mi misma. De la tranquilidad. 

Presiento, y no hay nada que contar, ni ningún proyecto de proyecto en marcha, que se avecinan cambios, etapas nuevas. Me siento como en un final. Y los finales, siempre son nuevos comienzos. 

Ojalá el instinto no me falle (otra vez). 

I. 






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