domingo, 19 de agosto de 2018

El (casi) final del verano...

Estoy out,  en casa de mi madre, disfrutando del Dolce Far Niente. Sin apenas cobertura en casa, con un Wi-Fi precario (lo justo para que Netflix no se pare). Desconectada, sin apenas ocupaciones. Lo que viene siendo veranear en una aldea gallega con el extra del Netflix.

He recorrido esta semana con los míos algunos lugares de esta hermosa tierra que cura, que fortalece. Dentro de 48 horas estaré en mi piso, y este verano, aunque aún me queden unos pocos días libres, habrá quedado finiquitado. Pasaremos de ser cinco (contando a J., o siete, si contamos a Sheldon y Rigodón) a dos (tres, si contamos con Rigodón). Dejo de vivir sola, como en en este último año, tan extraño (y a veces tan duro), de conocerme y fortalecerme, que me ha regalado mi hermano con su Erasmus. El nuevo curso me impacienta y me inquieta a partes iguales. En el fondo, un poco para todos, los años van de septiembre a septiembre, como cuando íbamos al colegio.

También, he compartido, a parte de con los míos, estos días con J., la persona que ha elegido mi hermano como compañera de viaje. Una lisboeta menuda y sonriente, tímida al principio, tremendamente risueña y bromista al rascar un poco, y que ha tenido siempre una sonrisa y un gesto cariñoso y familiar con todos nosotros... Hasta el punto de que mi abuelo está absolutamente prendado de ella. Y eso, por lo menos a mi, me enternece de una forma indescriptible.

Hoy hemos ido a llevarla al tren que la devolvía con los suyos, y, honestamente, cuando me he despedido de ella, yo, que no soy muy dada a las manifestaciones de afecto, la he abrazado con una punzada de pena por la separación. Por mi hermano, obviamente, y por nosotros, que hemos tenido una más en la familia durante estos días de verano. Ha sido tremendamente enriquecedor compartir estos días con ella, una persona de un país tan cercano, y cuya cultura e historia van en parte de la mano de la nuestra, y los huecos que desconocemos los llenamos de tópicos, de los que yo me había deshecho ya en gran medida durante las visitas a Guimarães este año y por la estancia allí de mi hermano, y de los que he acabado de deshacerme en estos días en compañía de J., haciéndole todas las preguntas que se me han ocurrido, y que ella ha contestado con una sonrisa enorme, e infinita paciencia; y con nuestras conversaciones, pese al evidente muro del idioma que se levanta entre nosotras y que, más o menos, hemos sabido trepar.

Ha sido un verano tranquilo, de tiempo inmejorable, y de compartir. Y una bonita experiencia, sin duda.

Ahora quedan 36 horas, y los abrazos apretados. Y las promesas, siempre, de volver a estar juntos muy pronto.

I.



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