viernes, 19 de enero de 2018

Lady Madrid

Estoy en un avión, camino a Oporto, porque hemos quedado allí mi amiga A. y yo para cenar con mi hermano.  Voy en modo avión, por supuesto, así que colgaré estas lineas en cuanto la conexión me lo permita.

Estoy muy contenta, mi amiga A. y yo somos tocayas y vamos a celebrar nuestro santo, que es el domingo, en esta maravillosa ciudad, donde a parte de disfrutarla al máximo, se nos van a poner unos muslos y unos glúteos que se van a poder partir nueces. No veo el momento de llegar, porque, sin paños calientes he tenido una semana de mierda (salvo detalles que han estado más que bien).

Pese a la alegría que siento, se me va la cabeza hacia mi amiga R., que hoy está teniendo un día pésimo. Y es que, seguro que a ella, que está siempre leyéndome al otro lado, no le importará que lo cuente, esta mañana han sacrificado, por estar ya muy mayor y enfermo, a su perro Ron. Por lo que me ha hablado de él, y de lo que estoy segura, un animal cariñoso, bueno y fiel. Al que ella adoraba, y estoy segura que el sentimiento era mutuo. Siento bastante impotencia de no saber qué decirle, ni cómo consolarla. Nosotros pasamos ese trago con Boira hace ya tres años y pico, y el vacío que queda es desesperante.

[Ahora apagan las luces del avión, esto se pone interesante]

Mi querida amiga, hoy va solo para ti, porque intuyo cómo te encontrarás (nosotros lo pasamos, como ya he dicho, con nuestra Boira), y para recordarte lo que te dije anoche, que uno de los actos de amor más grandes que existen, sino el que más, es dejar marchar al que sufre, o al que no desea quedarse.

Guárdalo como un tesoro en tu alma, marca a ese precioso Ron a fuego en tu mente, y él siempre estará contigo, amiga. 

Te quiero, lo sabes. (sobra decir que tú, que me conoces bien, sabes que lo digo poco, pero cuando lo digo es estrictamente cierto).

I. 


miércoles, 17 de enero de 2018

Poison, que no es lo mismo que poisson...

["¡Vaya, qué semanita está teniendo ésta!", estaréis pensando, con dos entradas tan seguidas. Pues sí, no os falta razón. ¡Al lío!]

El veneno y la maldad en la gente es algo que nunca he llegado a entender ni a encajar bien del todo. Sobre todo si ese veneno y esa maldad tienen consecuencias para los demás. Y ya si es por pura diversión y regocijo grupal, ya es que me desorino toda.

¿Menudo humor traigo, eh?

Mi madre, mujer del Norte, sabia e íntegra, me ha intentado inculcar siempre que se le debe dispensar a los demás el trato que uno mismo espera recibir, que las mentiras hieren, y que el hacerle daño a los demás es algo que, tarde o temprano, acabas pagando con intereses. Aunque la espera sea larga... ¡y vaya si se hace larga!

Os estaréis preguntando, limitados y selectos lectores (aunque algunos de ellos ya lo saben - ¡hola R., hola D.!) a qué viene todo esto. Pues bien, hoy me siento en el deber moral y en la obligación de invitaros a la reflexión. Primero en la filosofía de mi madre, que me ha repetido hasta la saciedad; aunque la conozco, y, al igual que mi hermano, sé que tienen ambos un mosqueo de aúpa. Segundo, que yo hay gente a la que no entiendo, ni qué ganan con sus acciones, ni con sus ceremonias rituales de cotilleo y palmaditas en la espalda grupales, ni de aplausos y vítores. Sobre todo cuando se trata de jugar con el pan de los demás, por pura confirmación y alimentación de ego. Si alguien tiene la respuesta, ruego, por favor, que me ilustre con su comentario al final del presente post.

Soy perfectamente consciente, porque ya tengo una edad respetable, de que hay maldad en el mundo, y que la vida no está llena de purpurina y unicornios. Lo tengo presente, no soy idiota (creo). Pero ello no impide que siga escandalizándome. Tristemente, lo que más me escandaliza es la mediocridad y el compadreo, y así, la abajo firmante, y los de su especie (gente con valores, ya sabéis), nos llevamos los disgustos que nos llevamos a veces. 

Pero bueno, fuera dramas, vamos a sacar la parte positiva a todo. Y es que la gente con valores, y que, como a la abajo firmante, le gusta dormir tranquila por las noches, sin necesidad de aprobación de la manada ni de fanfarronear, solemos juntarnos entre nosotros. Todo en la vida es para bien, y esa es la parte positiva. 

Y como hoy me ha dicho un amigo recién adquirido (¡hola T.!) del que, estoy segura que, como del resto de mis amigos, voy a aprender un montón, "en cualquier momento, el caballo se desboca por sí solo". Únicamente queda (saber) esperar. 

Aprovecho desde aquí para recomendaros el fabuloso libro "Maldito Karma" de David Safier, que a parte de divertiros unas horitas, os hará reflexionar y hacer un examen de conciencia bastante interesante. 

Os dejo con vuestros quehaceres, bastante más interesantes, seguro, que leer esto, deseándoos que acabéis de pasar una buena semana... ¿Os he dicho ya que en dos días vuelo a Porto? No veo el momento...

¡Ah!  Y de poner la otra mejilla, ni hablar. Eso no se hizo para mi. 

I. 














lunes, 15 de enero de 2018

Blue Monday...

[Al empezar de nuevo con esto, me había propuesto no repetir artista, o por lo menos, no hacerlo muy seguido, pero hoy, por desgracia, la ocasión lo requiere]

La primera vez que escuché la voz de Dolores O'Riordan tenía 9 años, y fue en una excursión del colegio. Una compañera llevaba el cassette de No need to argue en el walkman - eso es muy vintage, ¿eh? - y me pasó un auricular mientras íbamos en el autocar. Sonaba Ode to my Family, una canción que, precisamente os puse para que la escucharais mientras leíais el post del día de la Cabalgata de Reyes. Luego, al cabo de unos minutos, empezó a sonar el himno, la inmortal Zombie

Aquella voz tan peculiar, con aquellos matices tan ricos, aquellos quiebros al final de cada frase... Una voz tan celta, tan especial, tan hipnótica; para mí solo comparable con otra irlandesa: Sinead O'Connor. 

Lo que yo no sabía en el autocar del Señor Pacheco (que nos llevaba, el pobre hombre, con su vehículo y su infinita paciencia a todos lados a las cuarenta y pico fieras que éramos en mi curso), al lado de mi amiga E. (que por desgracia, hace ya más de tres años que nos dejó), escuchando por un auricular de su walkman, me engancharía, con los años, a aquel grupo y que, a día de hoy, tendría  todos sus discos. 

Tuve, hoy me doy cuenta, la inmensa suerte de verlos en directo en marzo del 2001, en el Palau Sant Jordi, donde compartían escenario con Dover, Weezer y Lombardi. Yo iba con A. y G. (como no. Cabe decir que casi no vamos, porque A. se dejó las tres entradas en casa, y tuvo que traérnoslas su hermano en coche con toda la prisa y el estrés del mundo, y llegamos por los pelos, y conseguimos igualmente un buen sitio en primera fila. Pero hoy no vamos a sacar nuestros trapos sucios). 

Salieron con 45 minutos de retraso, Dolores llevaba una falda tutú negra cortísima, un corsé rosa con los ligueros colgando por encima de la falda, y salió al escenario diciendo algo así como "¡Ispanioles, mes amigos!". Sonó el rasgueo de una guitarra acústica y empezó con aquello de "Suddenly something has happened to me / as I was having my cup of tea" (Animal Instinct, para mi, otro himno). Lo más nuevo en aquel momento era el disco Bury the Hatchet, y ahí estuvimos, con toda nuestra energía, saltando a lo loco, mientras ella, minúscula físicamente, se hizo enorme, titánica, en el escenario. Lo que más me impresionó de oírla cantar tan de cerca, fue como vibraba el suelo con su voz, y como esa vibración te subía por las piernas y se te metía en el estómago. He ido a unos cuantos conciertos, y lo que experimenté con ella nunca se volvió a repetir con ningún otro artista, y dudo que algún día lo haga. 

Y esta tarde de blue monday (ya sabéis, estadísticamente, el día más triste del año), me llega al móvil una alerta con la noticia de que ha fallecido repentinamente a la edad de 46 años. Y realmente me parece que para el mundo de la música, ha sido un lunes tristísimo, por tener que despedir a semejante talento. 

No se me ocurre mejor, ni más humilde homenaje, que hoy ambientar este post con mi canción favorita de The Cranberries, que habla (o así lo interpreto yo) de decepciones, de ira, de tristeza, de palabras llevadas por el viento y de promesas sin cumplir. 

I.




jueves, 11 de enero de 2018

Tragos de luz...



Por fin se terminaron las Fiestas.


Estando ya metidos de pleno en 2018, o por lo menos, así me siento yo, intuyo que este será un año de separaciones y despedidas. Las evidencias son claras, la partida en menos de dos meses de mi amiga R., y otras marchas que también serán importantes, y cuya fecha aún está por confirmar.


Egoístamente, me entristece muchísimo, aunque signifique que se cumple un deseo que viene ya de tiempo atrás. Por lo que, al final, reflexionando y en frío, estoy contenta por todos los que voy a tener que dejar ir, porque honestamente creo que su próximo destino es donde quieren (y deben) estar.


¡Que no decaiga, que en peores plazas hemos toreado! (Y yo tendré alguna segunda residencia nueva donde me adoptarán, que, oye, ni tan mal).


Deseo de verdad que este año que, al fin y al cabo, acaba de empezar sea de cambios. Yo ya he empezado, me he cambiado, un tanto accidental y accidentadamente el color de pelo; he llegado a la conclusión de que hay cosas que ya estaban bien como estaban, y por eso, en breve, desharé el entuerto volviendo al estado anterior, que, insisto, ya estaba bien.


Como decía, que vengan cambios, y todos buenos. Que deje atrás esta sensación tan fea que arrastro desde hace un par de años de ir perdida, y encontrar, por fin, mi camino. De momento los cambios que ha habido, además de mi color de pelo, y que ya se iniciaron a finales de 2017 han sido, como poco, desconcertantes. Aunque a veces se haga cuesta arriba, no nos queda otra que esperar el desenlace con nuestra mejor sonrisa. A los tiempos raros, buena cara.  


Pero a corto plazo y de momento, volar la semana que viene a Porto, beber a morro de la ciudad durante 48 horas en una compañía selecta e inmejorable (como no puede ser, en mi caso,  de otro modo), que no dudo que van a ser tan intensas como divertidas.


Y al final, tanto a los que se van, como a los que nos quedamos,  ¡QUE NOS QUITEN LO BAILAO!

I.

viernes, 5 de enero de 2018

Viernes de República.

Hoy es viernes, y no me ha apetecido - raro en mí - subirme en los tacones (la mayoría imponibles, según mi amiga R., a la que le mando un saludo desde aquí, porque sé que está al otro lado, leyéndome atentamente). Así que, ante la falta del tráfico habitual para llegar al trabajo, me he levantado media hora más tarde (¡oh yeah!), me he calzado unas Converse All Star, y he llegado quince minutos antes de mi hora de entrada. Ojalá todos los días fueran así, porque me como unos atascos que no se los deseo yo ni a mi peor enemigo.

Pero hoy no es un viernes cualquiera. Recuerdo cuando era niña (hace unos añitos de nada), pasar este día de los nervios esperando a que mis padres me llevasen a la Cabalgata (hasta la fecha, no me he perdido ni una), a mi abuelo cogiendo caramelos a lo loco (en serio, es un auténtico profesional), y llegar a casa y vaciar nuestro dulce botín encima de la mesa de la cocina. Caramelos, por supuesto, que nadie se comía. Se los dejábamos a los Reyes, junto con unas galletitas y unos vasos de agua para los camellos, a ver si había suerte y se los comían. Pero ni los Reyes Magos se comen sus propios caramelos. Mala señal. Al menos, no se molestaban mucho por dejarles los mismos caramelos que ellos nos habían dado en la Cabalgata, y dejaban el salón lleno de regalos. 

La noche del 5 al 6 de enero, además, era una noche que se dormía poco, pese a que te ibas a dormir súper pronto. Sobre todo, desde que apareció mi hermano en escena, que estoy segura de que no pegaba ojo en toda la noche, y a unas horas intempestivas venía a saltar a mi cama gritando que habían venido los Reyes, y corriendo por el pasillo, en pijama, despertándonos a toda la familia (y si me descuido, a todo el vecindario). Nos levantábamos, abríamos los regalos, lo flipábamos (salvo aquel año en el que, siendo todavía hija única, los Reyes Magos, me trajeron un montón de cuadernos de caligrafía, por lo que les guardé rencor bastante tiempo), y volvíamos a acostarnos. Teníamos todo el día para jugar. 

Cuando nos levantábamos por segunda vez, a una hora normal, mi madre estaba en la cocina, con el chocolate a medio hacer, y los churros calentitos. Era una mañana muy feliz siempre, porque nos sentábamos todos juntos a desayunar, y luego teníamos todo el día para jugar, escuchar los discos, ver las pelis, o utilizar lo que fuera que nos habían regalado Sus Majestades (el año de los cuadernos de caligrafía, ese día de Reyes, pasé de ellos olímpicamente, aunque mi madre me obligó a hacerlos todos, bajo la amenaza de que los Reyes me estaban vigilando, y que tomarían represalias de cara al siguiente año. Bendita inocencia).

Y de postre, el Roscón de mi madre. No tengo ningún adjetivo válido para describirlo correctamente y que os hagáis una idea... Sobre todo, los trozos con naranja confitada, mis favoritos, sin duda, ¿eh mamá?

Pero hoy no voy a ir a la Cabalgata, y mañana no me despertará mi hermano, ni va a haber regalos, ni tampoco desayunaré chocolate con churros, y mucho menos me comeré uno o cinco trozos del delicioso Roscón de mi madre. Hoy saldré de trabajar, saldré a cenar con M. (si le apetece y está con fuerzas), y me acostaré, como cada día, después de leer un rato en compañía de Rigodón. Es la primera vez que paso este día lejos de mi familia, y, siendo honesta, no sé cómo me siento al respecto. 

Espero que a vosotros, que seguro que, a diferencia de la abajo firmante, sí os ha dado tiempo a escribir la carta, los Reyes Magos os traigan todo lo que habéis pedido, y si, como leí el otro día no sé dónde, os traen carbón, que lo acompañen de unos chorizos, churrasco y demás, para hacer una buena parrillada.

¡Ah! Y cuidado con los caramelos, que pueden convertirse en mortíferas armas arrojadizas en manos de pajes psicópatas.

I.