domingo, 31 de diciembre de 2017

El último cartucho.

Encontrando el Norte. O por lo menos intentándolo. Así termino 2017; un año en el que tenía grandes esperanzas y que, sin duda, haciendo balance, ha constituído una gran decepción respecto a lo que parecía a priori.

Pero no todo ha sido negativo, y me voy a quedar con eso. He disfrutado de mis amigos muchísimo, me han rescatado, me han querido. Me he hecho mi propia unidad familiar, acorde con mis circunstancias, he conocido a gente maravillosa, como, por ejemplo, la primera que se me viene a la mente, la pareja de mi prima R. (hola M.!), una tía 10 a la que ya considero una más de mis primas.

He descubierto amistad en gente con la que ya había coincidido en años anteriores de refilón (hola C.!), he disfrutado menos de lo que querría, pero infinitamente mejor de lo que esperaba, de mi familia, enseñándome de nuevo que la distancia no está en los kilómetros, sino en la mente; y he intentado, con pequeños gestos y actos de amor (a mi manera) hacer lo más felices posible a mis amigos, la familia que se escoge, aunque mi estado de ánimo este último trimestre (ya que nos ponemos, lo decimos todo), ha sido bastante peligroso, y he necesitado, y estoy requiriendo de algún empujón extra.

He adoptado a mi pequeño Rigodón, que ya es una bestia de 5 kilos, a sus casi 9 meses, y que ahora mismo está durmiendo en mi regazo, haciéndome de bolsa de agua caliente en este día lluvioso en el Norte.

A 2018 he decidido no pedirle nada. Como decía en un post anterior, lo espero con los brazos abiertos para recibir todo lo que tenga que traerme, y para dejar marchar todo lo que tenga que llevarse.

Os deseo lo mejor, siempre, a todos. Yo tengo la satisfacción de pasarlo con parte de la familia de sangre, y uno de los miembros más importantes de la familia que se elige. Falta gente, sí, pero la verdad es que, pensándolo bien, no podría pedir para esta noche, una mejor compañía.

Un abrazo, familia. Nos vemos en 2018.

I.


domingo, 24 de diciembre de 2017

Feliz Nochebuena...

Ya ha pasado un año... Otro año... 

Sillas vacías, cabos sueltos... 

Feliz Noche, feliz Vida, feliz Todo. 


I. 




sábado, 23 de diciembre de 2017

Encontrando el Norte...

Llegamos, por fin, de madrugada. Un poco de frío, una niebla espesa, muy del Norte, y una helada que olía a bienvenida. Estoy en casa; y me acosté con el beso de mi madre, el abrazo de mi hermano y la sonrisa somnolienta de mi abuelo (¡que ya no eran horas de andar levantado, hombre!).

Y hoy me he levantado con el ladrido de Sheldon, la risa de mi madre, el cabezazo de Rigodón en la cara (mi gato/compañero de piso), y el rumor de la charla entre mi abuelo y C. (mi compañero de batallas, mi hermano de alma, y en estos días, mi compañero de viaje, y, porqué no decirlo, en esta casa, aunque con mi madre no le unan lazos de sangre, el hijo pródigo).

Precisamente, en uno de nuestros ratos de viaje, risas, música, bailes, y charlas interminables, yo bromeé con él y le pregunté si alguna vez antes había llevado tan lejos a una chica a su casa. Y el me contestó que, bajo su punto de vista, "uno no es de donde nace, sino de donde pace".

En mi caso, nací y pazco en la misma latitud del planeta, pero al estar mi familia tan lejos, cada vez que vuelvo, me siento en casa, en paz (salvo por algún cabo suelto), aunque siempre empiece y termine la historia con una maleta y muchos abrazos de esos apretados.

He salido a la calle, con ese frío tan de aquí, embozada hasta los ojos, y, como por arte de magia, se ha deshecho la niebla compacta, y ha quedado un día de campos helados y sol radiante.

Este frío fuera, y este calor dentro...

I. 


viernes, 22 de diciembre de 2017

From Yesterday...

El fin de semana pasado, estuve con mis mejores amigas, dos mellizas bivitelinas (esa palabrota me la hicieron aprender al principio de la E.G.B -qué mayores somos-, para que veáis que su crueldad no tiene límites) encantadoras, rubísimas y guapísimas, y, para más inri, con el mismo don para hacer el payaso que la abajo firmante, en un parque de atracciones, cuyo nombre no voy a dar, más que nada, porque no voy a hacerles publicidad gratis.

Elegimos un día perfecto, poca gente, sin colas, por lo que estábamos a nuestras anchas haciendo de las nuestras, A. con su jersey de reno Rudolph, G. con una resaca monumental, y yo con un montón de horas dormidas y en modo Grinch, porque el día anterior había sido tan increíblemente surrealista que me acosté antes de las 22 horas, ya que me urgía que terminase cuanto antes.

En los momentos que no estábamos haciendo el cafre en modo Boomerang o Rewind (creo que son, con diferencia, nuestros favoritos), las conversaciones me dieron varias ideas para compartir con vosotros aquí, sobre temas súper trascendentales, como ya os podréis imaginar, y que ya iremos tratando poco a poco. Obviando, por supuesto, que escuché tantos villancicos que casi me estalla el cerebro, y que la rua navideña que nos atrapó al final del día, fue absolutamente desesperante y demencial. Afortunadamente, ellas, como siempre, supieron compensarlo.

El caso es que, en una de las pocas colas que hicimos, nos entretuvimos leyendo los mensajes que escriben en las barandillas gente bastante más joven que nosotras, y recordamos los que, hace 15 años, cuando nos hallábamos en el mismo punto, leíamos en las mismas barandillas y que escribía gente que tenía nuestra misma edad. Resulta que antes, dejaban (os juro que nosotras jamás escribimos, por lo menos que yo sepa), las direcciones de Messenger -¿os acordáis?-, y ahora, se dejan las cuentas de Instagram. La finalidad, sin embargo, pasen los años que pasen, no ha cambiado.

Una servidora, que es un tópico andante (no tengo pareja, vivo sola y tengo un gato -de momento, apostillaría ahí mi hermano), a pesar del imperio de la tecnología y redes sociales, siempre he pensado que conocería a mi compañero de vida cara a cara y por casualidad (si ya te conozco, manifiéstate, pero poco a poco, que estoy muy hecha a ir a mi bola, y los cambios bruscos no me vienen nada bien).

Eso no impide que desde aquí les desee toda la suerte del mundo a los adolescentes esperanzados de las colas, y que en sus redes sociales encuentren a alguien que, al menos, les divierta y les entienda. Y les respete, que últimamente se está viendo cada cosa...

Un abrazo, amigos, y a los que como yo, viajéis por carretera a reuniros con vuestras famílias, id con mil ojos, haced los descansos reglamentarios, y bla bla bla (id a la web de la DGT, y os lo leéis allí). A los que simplemente viajéis, por el medio que sea, que lleguéis bien y felices a vuestro destino; y a todos, ojito, que Papá Noel, el Tió, Olentzero, Apalpador, o quién corresponda, está con el ojo puesto a ver quién se porta mal, que con la crisis (que no os engañen, no se termina), se ahorra unos regalos, que está la cosa muy chunga.

I.






miércoles, 13 de diciembre de 2017

Viéndolo con esas gafas...


[Antes que nada, disculparme con vosotros por haber estado tantísimo tiempo en paradero desconocido]

Resulta que hace un tiempo, en pleno torbellino emocional (últimamente me pasa a menudo), mi amiga I. me prestó, por considerarlo absolutamente necesario, el libro Las gafas de la felicidad de Rafael Santandreu. 



Imagino que sabéis que este autor tiene dos libros más de esta índole: El arte de no amargarse la vida y Ser feliz en Alaska. Yo he empezado por el segundo, porque, estaréis pensando los que me conocéis bien que, a mí, las cosas, me gusta hacerlas en mi propio orden y a mi manera.



Confieso que, pese a haber tenido oportunidad, no me he animado a leer ninguno de ellos, hasta que mi amiga I., antes de marcharme de la oficina, me miraba con esa cara de niña, y esa sonrisa tremendamente honesta, y me recordaba que hiciera los deberes, que quería verme con otro aire. 


Pues bien, como decía, hice mis deberes, poniéndole la máxima atención a cada una de las líneas y a lo que ellas contenían (aunque I. no se lo crea), y me pareció bastante interesante, a la par de aterrador, el cómo la mente humana, y nuestros pensamientos son capaces de distorsionar la realidad de tal forma que se hace tremendamente tóxica y cuesta arriba, sembrando en nosotros ideas desalentadoras y miedos absurdos que, realmente, no llevan a ninguna parte.


En mi caso, los últimos dos años y medio de mi vida, han sido un huracán emocional, que lo ha dejado absolutamente todo patas arriba, y que, con tiempo, paciencia, y una buena dosis de empujones de terceros (¡y qué pedazo de terceros!), estoy empezando a ordenar. Ordenar no, que eso es dejarlo como estaba antes; reordenar. Adaptarme a las circunstancias actuales, y poner todo a juego con éstas, como quien decora un espacio vacío para hacerlo suyo, acogedor. Me he deshecho (un tanto obligada, porqué no decirlo) de bienes materiales, emocionales y mentales, he roto vínculos, y he construído otra vida, un nuevo yo, intentando cada día reinventarme sin perder mi esencia. Soltar lastre. 

Aprovechando lo antiguo que me llena, dándole una capa de barniz, y adquiriendo nuevos puntos de vista, hábitos y experiencias. Abriendo la mente y los brazos, para recibir lo que tenga que venir, y dejar ir libremente lo que se tenga que marchar.

Y retomando el blog, que era algo que llevaba demasiado tiempo pendiente de mi atención, y para lo que creo que, honestamente, no estaba preparada. He borrado lo que había antiguo y sólo he dejado la Intro.

Tantas cosas, tantas emociones (buenas y malas), unos cuantos disgustos, la dolorosísima (y didáctica) separación de mi familia, y tantas lecciones aprendidas desde la última vez, que ni os lo creeríais (por eso he decidido hacer borrón y cuenta nueva). He vivido con mi hermano, y ahora vivo sola, me he tatuado (demasiado ya, según mi madre), he dejado que me quieran con calidad (no el tipo de amor que estáis pensando, pero igualmente con unos resultados impresionantes), he adoptado un gato loco, he bebido Aperol Spritz en casa (varias veces) después del trabajo entre semana (Hola A.!), he cocinado para la gente que me quiere tan bien (que me he dado cuenta que no es poca), y tengo un sitio en mi sofá y una manta para ellos cada vez que lo requieren, y que ellos tienen lo mismo para mí cada vez que lo necesito. 

Poco a poco, con tenacidad, la dosis justa de optimismo, un poquito de entusiasmo, y mucha ayuda, intento ponerme cada mañana esas gafas nuevas que me mostró mi amiga I. para ir avanzando. Sin prisa pero sin pausa, creando mi verdad; la verdad, esa que tenemos cada uno. La realidad, en cambio, es la que es. El objetivo es que sean lo más parecidas (y compatibles) posible la una con la otra. Lo estoy intentando, y lo pienso conseguir. 

Bienvenidos de nuevo. Os voy contando... (esta vez de verdad)

I.