Por
fin se terminaron las Fiestas.
Estando
ya metidos de pleno en 2018, o por lo menos, así me siento yo, intuyo que este
será un año de separaciones y despedidas. Las evidencias son claras, la partida
en menos de dos meses de mi amiga R., y otras marchas que también serán
importantes, y cuya fecha aún está por confirmar.
Egoístamente,
me entristece muchísimo, aunque signifique que se cumple un deseo que viene ya
de tiempo atrás. Por lo que, al final, reflexionando y en frío, estoy contenta
por todos los que voy a tener que dejar ir, porque honestamente creo que su
próximo destino es donde quieren (y deben) estar.
¡Que
no decaiga, que en peores plazas hemos toreado! (Y yo tendré alguna segunda
residencia nueva donde me adoptarán, que, oye, ni tan mal).
Deseo
de verdad que este año que, al fin y al cabo, acaba de empezar sea de cambios.
Yo ya he empezado, me he cambiado, un tanto accidental y accidentadamente el
color de pelo; he llegado a la conclusión de que hay cosas que ya estaban bien
como estaban, y por eso, en breve, desharé el entuerto volviendo al estado anterior, que, insisto, ya estaba bien.
Como
decía, que vengan cambios, y todos buenos. Que deje atrás esta sensación tan
fea que arrastro desde hace un par de años de ir perdida, y encontrar, por fin,
mi camino. De momento los cambios que ha habido, además de mi color de pelo, y que ya se iniciaron a finales de 2017 han sido, como poco, desconcertantes. Aunque a veces se haga cuesta arriba, no nos queda otra que esperar el desenlace con nuestra mejor sonrisa. A los tiempos raros, buena cara.
Pero a corto plazo y de
momento, volar la semana que viene a Porto, beber a morro de la ciudad durante 48
horas en una compañía selecta e inmejorable (como no puede ser, en mi caso, de otro modo), que no dudo que van a ser tan intensas como divertidas.
Y
al final, tanto a los que se van, como a los que nos quedamos, ¡QUE NOS QUITEN LO BAILAO!
I.
No hay comentarios:
Publicar un comentario