jueves, 11 de enero de 2018

Tragos de luz...



Por fin se terminaron las Fiestas.


Estando ya metidos de pleno en 2018, o por lo menos, así me siento yo, intuyo que este será un año de separaciones y despedidas. Las evidencias son claras, la partida en menos de dos meses de mi amiga R., y otras marchas que también serán importantes, y cuya fecha aún está por confirmar.


Egoístamente, me entristece muchísimo, aunque signifique que se cumple un deseo que viene ya de tiempo atrás. Por lo que, al final, reflexionando y en frío, estoy contenta por todos los que voy a tener que dejar ir, porque honestamente creo que su próximo destino es donde quieren (y deben) estar.


¡Que no decaiga, que en peores plazas hemos toreado! (Y yo tendré alguna segunda residencia nueva donde me adoptarán, que, oye, ni tan mal).


Deseo de verdad que este año que, al fin y al cabo, acaba de empezar sea de cambios. Yo ya he empezado, me he cambiado, un tanto accidental y accidentadamente el color de pelo; he llegado a la conclusión de que hay cosas que ya estaban bien como estaban, y por eso, en breve, desharé el entuerto volviendo al estado anterior, que, insisto, ya estaba bien.


Como decía, que vengan cambios, y todos buenos. Que deje atrás esta sensación tan fea que arrastro desde hace un par de años de ir perdida, y encontrar, por fin, mi camino. De momento los cambios que ha habido, además de mi color de pelo, y que ya se iniciaron a finales de 2017 han sido, como poco, desconcertantes. Aunque a veces se haga cuesta arriba, no nos queda otra que esperar el desenlace con nuestra mejor sonrisa. A los tiempos raros, buena cara.  


Pero a corto plazo y de momento, volar la semana que viene a Porto, beber a morro de la ciudad durante 48 horas en una compañía selecta e inmejorable (como no puede ser, en mi caso,  de otro modo), que no dudo que van a ser tan intensas como divertidas.


Y al final, tanto a los que se van, como a los que nos quedamos,  ¡QUE NOS QUITEN LO BAILAO!

I.

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