sábado, 23 de diciembre de 2017

Encontrando el Norte...

Llegamos, por fin, de madrugada. Un poco de frío, una niebla espesa, muy del Norte, y una helada que olía a bienvenida. Estoy en casa; y me acosté con el beso de mi madre, el abrazo de mi hermano y la sonrisa somnolienta de mi abuelo (¡que ya no eran horas de andar levantado, hombre!).

Y hoy me he levantado con el ladrido de Sheldon, la risa de mi madre, el cabezazo de Rigodón en la cara (mi gato/compañero de piso), y el rumor de la charla entre mi abuelo y C. (mi compañero de batallas, mi hermano de alma, y en estos días, mi compañero de viaje, y, porqué no decirlo, en esta casa, aunque con mi madre no le unan lazos de sangre, el hijo pródigo).

Precisamente, en uno de nuestros ratos de viaje, risas, música, bailes, y charlas interminables, yo bromeé con él y le pregunté si alguna vez antes había llevado tan lejos a una chica a su casa. Y el me contestó que, bajo su punto de vista, "uno no es de donde nace, sino de donde pace".

En mi caso, nací y pazco en la misma latitud del planeta, pero al estar mi familia tan lejos, cada vez que vuelvo, me siento en casa, en paz (salvo por algún cabo suelto), aunque siempre empiece y termine la historia con una maleta y muchos abrazos de esos apretados.

He salido a la calle, con ese frío tan de aquí, embozada hasta los ojos, y, como por arte de magia, se ha deshecho la niebla compacta, y ha quedado un día de campos helados y sol radiante.

Este frío fuera, y este calor dentro...

I. 


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